La estirpe de un Titán bajo la estrella de Cuba
✍🏻Lety Mary Alvarez Aguila/ Vanguardia
La Cuba de hace 180 años recibió un tesoro con forma de hombre cuando, en la tierra santiaguera, Marcos y Mariana le daban la bienvenida a su hijo Antonio. El niño, con orígenes humildes y cuna patriótica, absorbió de aquellos mulatos libres los principios y cualidades propios de la heroicidad gigantesca. La lucha por la isla, el sentir nacional y la disposición de empuñar armas marcaron esa huella familiar que coronó la estirpe de los Maceo: bravos, aguerridos, dispuestos a ofrecer su sangre por la soberanía de una tierra sometida por el yugo.
Se dice que, de pequeño, Antonio aprendió la esgrima del machete. El contacto temprano con el manejo de armas forjó el talento militar que después lo acompañaría como calificativo indisoluble hasta nuestros días. A diferencia de otros próceres de la guerra, no tuvo la oportunidad de alcanzar estudios superiores; sin embargo, eso jamás impidió que abogara por la cultura y la autoformación, o la poesía. Basta leer una de sus cartas para admirar la lucidez y honestidad de su verbo, increíblemente limpio y conmovedor. Diversos autores se han sumergido en las profundidades biográficas del admirado Titán de Bronce. Miles de certezas, anécdotas o misterios encantadores todavía salen a la luz, pero estas líneas resultan insuficientes ante tamaña maravilla.
Hoy abrazamos la memoria del joven que, con solo 23 años, se lanzó a la contienda libertadora en medio de un contexto social difícil. Acudimos a esa proyección política que movió su voluntad en combates memorables. Hoy sentimos en la carne las tantas heridas que las batallas perforaron en su piel robusta. Hoy, más que nunca, necesitamos beber hasta la última gota del hombre enérgico que se opuso a una paz sin independencia o abolición de la esclavitud, de ese que reafirmó y demostró, en Mangos de Baraguá, que la libertad no se negocia.
Antonio Maceo y Grajales, un nombre que revela ímpetu y grandeza. El apellido figura en las páginas de libros para acompañar atributos como «lugarteniente general», «estratega», «héroe de guerra» o «personalidad histórica del siglo xix». Pero, en las entrañas de la piel mulata, una alta dosis de sensibilidad humana resulta igualmente digna de conocimiento. Él no quiso abandonar a su hermano José frente a la posibilidad de caer muerto o herido en una hazaña. Él se preocupó por salvaguardar vidas. Él se hospedó en el Hotel Inglaterra y tuvo a un pueblo entero a sus pies, con muestras de respeto y admiración.
No podemos ver a Maceo como una figura alejada en el tiempo. Hay que traer al presente las convicciones que lo caracterizaron, así como la ética, la intransigencia y el sentido de honor. Al Titán de Bronce le escribieron Martí, Casal, entre otras plumas. El Titán nos enseñó qué sucederá con el que intente apoderarse de Cuba. Maceo, quien se decía juez de sus acciones, aún convoca e inspira. De nosotros depende moldear esta época bajo la luz heroica y dorada, del hijo de Marcos y Mariana.
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