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Ese privilegio llamado infancia

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La niñez es efímera; la nuestra y la de los otros, incluso la de quienes hemos engendrado. En pocos años, que a veces parecen un parpadeo, desaparecen las manos diminutas, el olor a caramelo, las pronunciaciones disparatadas, la imaginación capaz de formar nuevos universos.

Desde esa edad, el mundo y sus cosas se ven mucho más anchos que como los descubriremos luego; la adultez se percibe todopoderosa, protectora, sabia; lo más sencillo puede ser una aventura, y cada sensación y vivencia deja huella indeleble. La infancia es el tiempo de la fragua, y por eso hay que protegerla.

En la niñez se aprende de valores y de amor, de relaciones sanas, de la belleza, del bien; y también de todo lo contrario. Inclinar la balanza hacia uno u otro lado, ayudarlos a encontrarse en la senda de lo correcto sin ocultarles las luces y las sombras de la vida, es trabajo de quienes ya hemos crecido.

Cuidar a niñas y niños no es solo asunto de madres y padres, ni siquiera de la familia en su amplio sentido, ni de las escuelas o instituciones afines; cuidarlos es responsabilidad de la sociedad, del Estado, porque hacerlo es invertir en el futuro de la nación, asegurarlo.

No hace falta citar estadísticas abrumadoras: sabemos en qué mundo vivimos, uno donde hay esclavitud infantil, muertes por hambre, desnutrición y enfermedades prevenibles; pobreza extrema, maltratos, abuso, carencias educativas…, y las cifras son millonarias.

El Día Internacional de la Infancia, instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1956, aunque tenga manifiesto el más noble objetivo de consagrarse «a la fraternidad y a la comprensión entre los niños y las niñas del mundo entero», contribuye, asimismo, a visibilizar tales flagelos.

Festejando lo hermoso de la infancia, su candidez, tomamos mayor conciencia del crimen que entraña no hacer por su bienestar.

En Cuba, hace más 60 años que se conmemora la fecha, como parte de un entramado de acciones y políticas que ponen a la niñez en el centro de las preocupaciones del país, y que incluye cuidados prenatales y posnatales; educación universal, gratuita y obligatoria; vacunación; y otra serie de iniciativas y programas desde lo cultural, deportivo, jurídico, y casi todos los ámbitos de la vida nacional.

Un pensamiento fidelista, con clara raíz martiana, resume lo que para Cuba significa su infancia: «en lo que más debemos pensar: en los niños de hoy, que son el pueblo de mañana. Hay que cuidarlos y velar por ellos como los pilares con que se funda una obra verdaderamente hermosa y verdaderamente útil».

En las páginas del vigente Código de las Familias pueden encontrarse las deudas y las pautas que el país reconoce y establece para con la niñez: crianza respetuosa, autonomía progresiva, responsabilidad parental, la guarda y cuidado en manos de quien realmente brinde amor y cuidado…

En fin, las niñas y los niños entendidos como sujetos de derecho, como seres pensantes. Ellas y ellos, creadores de magia en una efímera etapa que, no obstante, define, de forma inobjetable, el futuro.

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