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Una derecha ¿Democrática? llega al poder en Bolivia 

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Con el 54,49 % de los votos, Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano, fue elegido el domingo 19 de octubre como nuevo presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, en un proceso que puso fin a casi 20 años del Movimiento al Socialismo en la nación andina.

En una segunda vuelta ganada por mayoría simple, Paz sobrepasó al candidato de la ultraderecha y representante de la vieja casta política neoliberal, Jorge «Tuto» Quiroga, de la Alianza Libre, en una victoria que contradijo las encuestas electorales oficiales hasta horas antes de la apertura de los colegios.

Rodrigo Paz, senador por Tarija, e hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, emergió como una alternativa del ala de derecha más «Democrática» del panorama político boliviano, en medio de un contexto complejo para el Movimiento al Socialismo y como contra parte del grupo más radical de la derecha nacional.

Si bien Paz logró captar votos de sectores indecisos e incluso de antiguos simpatizantes del MAS, sobre todo en El Alto, lo cierto es que sus propuestas defienden el ajuste fiscal y el fortalecimiento de las alianzas comerciales con el sector privado, y sus posiciones políticas se alejan de las agendas indígenas o populares construidas durante los gobiernos de Evo Morales.

Al respecto, según refiere la cadena multiestatal Telesur, la fragmentación de la izquierda y la crisis económica sentaron las bases para esta contienda en la cual la derecha tuvo el «camino libre», en una campaña cuyos primeros pasos ya han incluido ataques a símbolos populares como la Constitución de 2009 y la bandera wiphala.

«Hoy no gana Rodrigo Paz, gana Bolivia. En democracia, todos ganamos», ha dicho en su primer mensaje tras conocer los resultados del Sistema de Transmisión de Resultados Preliminares (Sirepre).

Pese a que la magnitud del cambio que vivirá el país aún es incierta, Paz, la opción más moderada de esta segunda vuelta electoral, ya izó la bandera de lo que él mismo catalogó como un «Capitalismo para todos», que comprendería medidas como una reducción de cargas tributarias y de aranceles, facilitar el acceso a créditos, además de una serie de medidas dentro del sector público que en la práctica supondrían una reforma del Estado boliviano.

«Hay que abrir Bolivia al mundo, retomar un rol que perdimos geopolíticamente y geoeconómicamente en las dos últimas décadas», ha dicho, al agradecer los mensajes de felicitación enviados por varios presidentes de la región y el respaldo expresado por Estados Unidos a través del vicesecretario de Estado, Christopher Landau.

E ahí entonces que este agradecimiento tan deferente marque las primeras luces de qué caminos podría recorrer el nuevo legislativo, aupado por la Casa Blanca, evidentemente, con todo lo que ello ha implicado siempre para los pueblos de nuestra región en cuanto a defensa de su soberanía nacional y de sus recursos naturales, frente a la injerencia imperial.

En ese sentido, la famosa «apertura de Bolivia al mundo» también enarbolada en estas primeras declaraciones oficiales, nos deja entrever que los bolivianos, más allá de tendencias políticas o partidos, podrían enfrentar algo mucho más complejo: otra recrudecida etapa de expropiación de sus millonarias reservas minerales, que, más allá de solucionar los problemas económicos actuales, traería consigo un endeudamiento mayor con una potencia extranjera.

 

 

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