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La generosidad de la tierra y el alma compartida

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«La tierra no es avara», quizás haya sido el pensamiento de Mariasel mientras descargaba y trasladaba con su hijo el donativo. Fue un día distinto, no los del surco, sino uno de esos para ofrecer acto de amor fuera de su finca a otros que, a kilómetros de distancia, despiertan en el Hogar.

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En varias ocasiones, los envíos por trasmanos fueron repetidos, pero quiso viajar hasta la institución como embajadora directa y efectuar la entrega de lo que cultivó con todo cariño y la tierra generosa le devolvió en recompensa gratificante. Pero lo más motivante era la posibilidad del contacto humano.

Contrario a lo grande y ruidoso, ella conectó con el poder de la emoción; sencillez y sinceridad y con ese hablar continuo, sonrisa amplia y mirada curiosa, esta campesina sintió su maternidad extendida y se le escuchó «tienes la misma edad que mi hijo mayor» o «como hacían mis hijos cuando pequeños».

Y ahí, prendidos en ella quedaron quienes habitan en el Hogar para niños y adolescentes sin cuidado parental en La Cucaracha, Manicaragua, como la mayor ganancia de su día.

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