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Adiós a Vera Jarach, Madre de Plaza de Mayo que desafió dos veces al olvido

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“Las heridas, este tipo de heridas, no se cierran nunca. Tiene que haber una decisión, una energía puesta en evitar que estas historias se repitan”, reflexionaba con su tenue voz pausada Vera Vigevani de Jarach.

En una extensa entrevista con motivo de los 45 años del nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo, señalaba la “responsabilidad” que sentían ella y sus compañeras —debido a su edad— de forjar un legado significativo para las nuevas generaciones. “Es un mundo que preocupa muchísimo por todo lo que va sucediendo”, contaba entonces, con sus por entonces jóvenes casi noventa y cinco años. “Y por eso, más que hablar del pasado, yo voy a hablar, sobre todo, del presente y del futuro”.

Esa “decisión” de la que hablaba Vera Vigevani de Jarach era una que, si bien no podía sanar el dolor, sí tuvo la potencia de transformarlo en lucha por un futuro más justo: ser el testimonio de un legado por la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Luego de toda una vida dedicada a la militancia, a los 97 años falleció Vera Vigevani de Jarach, madre de Franca Jarach —desaparecida por la dictadura cívico-militar de 1976— y una de las voces más emblemáticas de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora.

«Querida Vera, compañera inteligente, culta, alegre tantas veces y en silencio otras, porque en tu ánimo giraba la pregunta que nunca debió existir: ‘¿por qué?’. Hermana Vera, eres parte nuestra y estarás en cada paso nuestro y en el de quienes nos sigan. La sonrisa de Franca seguirá siendo la bandera de innumerables jóvenes. Te queremos».

Con esas palabras, las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora —a través de un comunicado firmado por su presidenta, Taty Almeida— despedían a Vera Jarach.

A su vez, dirigentes políticos de relevancia, como la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, compartieron una foto junto a ella y destacaron: “Nunca dejó de luchar ni de sonreír: un ejemplo de resiliencia y memoria. Te vamos a extrañar”.

Un puente entre dos genocidios

Nacida el 5 de marzo de 1928 en el norte de Italia, tenía apenas once años cuando Vera y su familia se vieron obligados a escapar del fascismo europeo, embarcándose en el transatlántico Augustus rumbo a unas lejanas tierras llamadas Argentina. “Cuando llegué se terminó mi infancia”, recordaría años más tarde.

Sin un lugar donde enterrar su cuerpo, llorarlo o ponerle flores, su abuelo había sido asesinado en los campos de concentración de Auschwitz. Las leyes raciales impuestas por el régimen fascista en su Italia natal, bajo el mando de Benito Mussolini, habían obligado a su familia, de ascendencia judía, a huir del antisemitismo que se cernía sobre Europa.

Fue en las turbulentas calles de Buenos Aires donde Vera y su familia reconstruyeron su vida. Se formó como periodista y desarrolló una extensa carrera de más de cuarenta años en la agencia de noticias italiana ANSA. Siendo aún muy joven, conoció a Jorge Jarach, un ingeniero italiano con quien se casó. Después de varios años de matrimonio, el 19 de diciembre de 1957 nació su única hija: Franca Jarach.

Franca Jarach creció como una joven brillante y comprometida con las causas sociales. Para cursar sus estudios de nivel medio, su familia la inscribió en el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA), una institución de élite a la que el padre de Vera hubiera deseado que ella asistiera, algo que le fue imposible en su momento por tratarse entonces de un colegio exclusivamente para varones.

En el Nacional de Buenos Aires, Franca se destacó como una estudiante excepcional, llegando a ser abanderada. En esos mismos pasillos, durante la turbulenta década del 70, dio sus primeros pasos en la militancia, involucrándose en los debates políticos, el compromiso social y el sueño de una generación que se propuso construir una revolución. Fue en aquella época cuando inició su militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

Como castigo por su actividad política, las autoridades del colegio expulsaron a Franca junto a otros estudiantes. La joven terminó sus estudios en un liceo y, tras finalizarlos, se volcó al trabajo político junto a los trabajadores de un taller gráfico, vinculándose a la Juventud de Trabajadores Peronistas (JTP), una de las organizaciones de masas impulsadas por Montoneros.

El 25 de junio de 1976, en el café Exedra, en pleno corazón de Buenos Aires, un grupo de tareas de la dictadura cívico-militar secuestró y desapareció a Franca. Tenía apenas 18 años. Desapareció junto a otros cinco militantes del gremio de trabajadores gráficos.

“Ella llama por teléfono a su novio diciendo que había perdido su cartera y sus documentos y que iba a procurar encontrarlos. Esto es lo último que aparece antes del secuestro”, relataba Jarach.

Días después, la familia recibió una llamada de la propia Franca, quien dijo que se encontraba bien y recluida en la Superintendencia de Seguridad Federal. Era una mentira del sistema represivo. La familia buscaba desesperadamente a su hija por todas las comisarías y juzgados, aferrándose a cualquier dato que pudiera darles la esperanza de volver a verla.

Años más tarde se supo que Franca había sido trasladada al siniestro centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), un campo de concentración donde la dictadura ejerció de forma sistemática la detención ilegal, la tortura y el exterminio.

A través de testimonios de sobrevivientes que también estuvieron secuestrados allí, se confirmó que Franca fue una de las víctimas de los llamados “vuelos de la muerte”, un método de exterminio mediante el cual la dictadura arrojaba al mar, desde aviones, a personas vivas, semidesnudas y en estado de somnolencia, ya que eran drogadas previamente.

El padre de Franca, Jorge, murió antes de saber qué había pasado con su hija.

“Supe que duró muy poco en ese lugar (la ESMA), duró menos de un mes”, explicaba Vera, para quien la reconstrucción de aquellos hechos trajo una pausa de alivio en medio de un mar de horror. “La incertidumbre, el no saber, es lo peor”, decía.

Un lugar llamado memoria

La desaparición de Franca transformó para siempre la vida de Vera. En 1977 se incorporó a ese grupo de madres y familiares que buscaban a sus hijos. Las “locas de la Plaza de Mayo”, las llamaban con desdén en los medios de comunicación y en los discursos oficiales.

Además de su incansable militancia en Madres de Plaza de Mayo, Vera fue parte de la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina e integró Memoria Abierta. También fue una de las impulsoras clave en la creación del Parque de la Memoria, ese monumento junto al Río de la Plata que, con los nombres grabados en piedra, recuerda a las víctimas del terrorismo de Estado y simboliza la lucha contra el olvido.

Un lugar donde llevar flores y llorar a los muertos.

Hasta sus últimos días, Vera integró el directorio del Espacio Memoria y Derechos Humanos, que funciona en el predio de la ex ESMA: el mismo lugar donde la dictadura intentó sembrar el miedo y la muerte, y donde los organismos de derechos humanos —con su lucha— han sembrado vida y memoria.

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