Mamá autóctona (o la mamá que intento ser)
Me levanto temprano. En un día habitual camino a la Universidad, lo dejo dormido, la mamá de mamá viene al rescate para que yo siga sintiendo que estreno mi mejor versión de maternidad. La noche anterior arreglé la mochila de la escuela, confieso que a veces en la carrera de salida preparo el refresco, o tal vez, algún día, olvide hacerlo y una vez más, la retaguardia cubre los pasos en falso.
Reviso en WhatsApp el grupo de padres, la educación primaria exige que los cinco sentidos estén atentos, la realidad puede ser diversa y no apegarse al ABC soñado.
Mientras enseño a hacer periodismo televisivo a jóvenes diversos, dejo el celular en silencio, pero siempre atenta a una llamada, la vida resulta mucho más dependiente desde hace 7 años.
Si confluyen varios factores y salgo en el tren de la 1.40 p.m., los carretones en el ferrocarril no piden alquiler y entonces no tengo que caminar hasta la calle San Miguel, puedo llegar a tiempo para recogerlo, mas las probabilidades no siempre están a mi favor. Intento que no confluya el pluriempleo porque si ese día, además, hay que editar, los abuelos o papá harán esa parte.
No importa lo agobiante del día, me apuro a llegar a casa porque entre nuestros códigos no escritos están que mamá se encarga del español, ¡para eso es la periodista!, y busca las oraciones lindas y las palabras difíciles y es la que hace los mejores cuentos. Y puede que sea esa de las mejores recompensas profesionales que he recibido en mis 15 años de graduada.
El ajetreo de 5 a 8 es intenso; que si quiere bajar a jugar después de hacer las tareas; apurarse a terminar la comida; las protestas para el baño, confluir las cuatro generaciones que viven en casa para que todos terminen sus horarios en tiempo y sentarnos a comer juntos. Bendito ritual que esta vida agitada no rompe desde mi niñez y que aún, a mis 38 años, nos hace mirarnos las caras cada día y pensar en lo que nos espera para mañana.
¿Para mañana? Ya los alumnos de la maestría han preguntado si no he revisado el trabajo final. Trataré de que la batería llegue hasta terminar la novela, ese pequeño espacio “mío” de relajación. David viene y pregunta si le doy un pedacito de sofá y en ese instante, convertido en “nuestro” repienso el día.
Con su cabecita a mi lado, me pregunto si hoy he sido mi mejor versión de madre, pero esa aún está por llegar. ¡Por suerte tengo a mi equipo!, esos que desde las gradas o en pleno campo de juego, me animan a diario. Puede que no todos los días sea la madre de manual y buenas prácticas de Internet, pero intento mi mejor versión autóctona.
Hay días en que la maternidad me desborda y no lo escondo en palabras lindas o alegóricas. He sido todoterreno, tomé decisiones equivocadas, lloré de cansancio y alegrías, perdí mi timidez para encarar disímiles circunstancias, pero soy MAMÁ a todas horas y comprendí que hay miradas que recompensan cualquier esfuerzo. Soy la mamá que me enseñó mi madre, ya eso es un aliciente.
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