Mamá empieza la escuela
No tengo a ciencia cierta recuerdos de mi primer día de clases. Supongo que aquella niña flaca de pelo largo, lazos a juegos con sus espejuelos rojos debió entrar algo asustada a las aulas de Fernando Cuesta Piloto. Aquel cuartel convertido en escuela me acogió en la primaria. Grande, con amplios espacios y mucho terreno para corretear en horas de recreo. Al menos así recuerdo las etapas posteriores. Pero esto de ser madre primeriza después de los 30 tiene lo suyo y aquí estoy sentada en un aula de 1er grado, 31 años después.
Mientras la maestra habla en la reunión de padres sobre el primer día voy repasando cada detalle del aula. No la recordaba tan pequeña o calurosa.
–Mi dios, parece que han movido el baño de lugar porque nunca lo había visto tan lejano. Seguro que se hace cola y los de sexto aventajan a los de primero. Y David ¿sabrá que se hace cola?
En medio de todos mis pensamientos alguien dice que la delegada del grupo sea la mamá periodista, la de David, pero ya yo he empezado a sudar copiosamente y hoy sí que no traje el abanico. Así que agregar algo más a una de mis tantas responsabilidades no resulta tan alarmante, en el momento.
–El primer día entran a las 7.40, los dejan en la puerta y los recogen a las 2. Ya el martes es el horario habitual.
Debo haber puesto los ojos en blanco. Pero cuando miré hacia el lado, solapadamente, la mamá de Diego estaba más rosada que lo normal y la de Massiel miraba con ojitos a punto de saltar una lágrima.
–Grettel, me dije, compórtese que dice la sociedad que su hijo es varón y las madres tienen que soltarlos porque eso dicta nuestro ADN machista. ¿Entrará bien sin mí? Ese camino de la entrada al aula tiene unos cuantos metros. La maestra los va a recoger, pero ese niño solo con mochila y lonchera. Mejor saco una toallita húmeda y me la paso por el cuello y las manos para ir disimulando.
La maestra ha visto algo raro, estoy sentada en la segunda mesa, porque reforzó la idea de su experiencia en primer grado, que los niños se adaptan y van a disfrutar la escuela. Al parecer el rostro de los padres tiene más susto que las caritas alegres que recibirá este lunes 4 de septiembre.
–A ver cómo me paro de esta silla sin que se me note la flojera de los pies. Ya los padres le dieron tarea a la delegada, deja revisar si lo apunté en la agenda porque a esta hora ya no coordino bien, ¿en serio dije que podía ser la delegada?
–Nos vemos el lunes, reafirmó la maestra, y así nos fuimos en paso lento las madres de Diego, Caleb, Alexander y yo fabulando sobre el peor de los escenarios, con nuestros miedos de madres de hijos únicos, más asustadas que ellos mismos. Pero cuando llego a la casa David me espera feliz –¿Mamá estaba linda la escuela? Y yo pongo mi estado de mamá guapa y le cuento de lo grande que es la escuela, lo bonita, lo mucho que se va a divertir porque cayó junto a todos sus amigos del círculo.
David está todo embullado para su primer septiembre. Dice mi jefe en Telecubanacán, que este lunes tengo un trabajo a las 11 de la mañana. Yo, por si acaso, me pongo mis gafas oscuras para cuando deje a David en la puerta de la escuela, no se debe ver bien que cuando una periodista esté entrevistando suelte alguna lágrima. No tengo culpa, estar casi cuarentona me ha dejado sensible.
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