lunes, 29 abril 2024

Los niños de la guerra

Isaac y Ahmed no se conocen, pero ya se odian. Sus familias han crecido y vivido por generaciones en medio del humo y la metralla de un conflicto eterno.

Isaac y Ahmed no se conocen, pero ya se odian. Sus familias han crecido y vivido por generaciones en medio del humo y la metralla de un conflicto eterno.

Isaac hace casi dos semanas es huérfano de padre; el Teniente Coronel Isaac Galant, del Ejército de Israel, fue de los primeros en caer el sábado 7 de octubre durante los ataques iniciales de Hamas a enclaves y aeropuertos militares sionistas.

Ahmed ya no tenía papá desde el pasado mes de abril, cuando en el Ramadán árabe Ahmed al-Husseini, miembro de la resistencia palestina, cayó mortalmente herido mientras rezaba en la Mezquita de Al-Aqsa.

Así ha sido siempre. No hay historia de ambas proles que no se halla escrito con sangre, no hay festividad religiosa o reunión familiar donde estuviesen todos, desde tiempos inmemoriales.

Quizás los ancestros de Isaac llegaron con las primeras tribus hace miles de años desde el desierto de Arabia en busca de la “tierra prometida” por Jehová. Tal vez el árbol genealógico de Ahmed viene de los sumerios o de los asirios, resiste desde la conquista romana o desde el establecimiento con la fuerza de la espada de los Cruzados del Catolicismo en Tierra Santa.

Los antepasados de Isaac sufrieron en carne propia los horrores del Nacismo. Sus bisabuelos paternos integraron las filas de los millones de judíos que murieron en Auschwitz. El abuelo Ismael, prácticamente un adolescente, fue de los pocos que salió libre con un suspiro de vida de aquel lugar terrible, cuando el Ejército Soviético llegó el 27 de enero de 1945.

Ismael fue de los primeros en fundar el Estado de Israel en 1948, esa supuesta “tierra prometida”, tras el fin del mandato británico en Palestina, el lugar donde un pueblo diezmado por el exterminio nazi quiso encontrar su espacio en el mundo.

Fue también de los primeros en expulsar a golpe de culatazos a sus vecinos árabes en 1967, durante la cruenta Guerra de los Seis Días, cuando al parecer el rencor y el odio por el daño sufrido a manos de los europeos se volcó encima de aquellos palestinos que ya estaban ahí, intentando construir también su vida y proteger a los suyos.

Las historias de los al-Husseini también han sido igualmente tristes. Los abuelos Noor y Said fueron de esos corridos a culatazos en el 67, pero que regresaron a riesgo de todo a Gaza, a su tierra, a levantar otra vez su hogar.

Sin embargo, sus hijos, los tíos Mohammad y Laila buscaron su futuro en el Líbano, intentando encontrar un poco de paz, y perdieron la vida en 1982 en la masacre del campamento de refugiados de Sabra y Chatila. La tía Laila tenía 8 meses de embarazo. La prima Mariam murió antes de nacer.

Ahmed nació una madrugada de bombardeos en una Gaza ocupada y a oscuras, en una Navidad que lo único alegre que tuvo fue su llanto, anunciando la llegada de otro hombre que continuaría el linaje familiar de lucha contra el colono sionista.

Isaac dio sus primeros pasos aquel verano, cuando un ataque suicida de un miembro de Hamas sesgó para siempre la vida de sus vecinos los Levi, activos colaboradores del gobierno de Ariel Sharon, pilares de su comunidad, en una explosión que se llevó consigo también un lateral de su casa e hirió levemente al abuelo Ismael.

Ahora, Jehová y Alá, o los tantos hilos que mueven un conflicto eterno que lo han transformado en la manzana de la discordia de deseos superiores, los colocan de nuevo como enemigos, en medio de una guerra que se ha llevado a tantos, de ambos lados.
Una guerra que anuncia todavía batallas interminables en las que, quizás, en un futuro no muy lejano, Isaac y Ahmed terminen uno frente al otro, fusil contra fusil, luchando por una utopía religiosa en el nombre de Mahoma o de Abraham o defendiendo intereses que ya no le corresponden a ninguno de los dos.


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