Dime cómo vistes y te diré quién eres
Faldas, chalecos, tacones, bolsos. Unos grandes y otros no tanto forman hoy parte importantísima de la figura humana. De día o de noche acompañan a féminas de todas las edades, muchas veces, lamentablemente, sin resultar la opción más armónica para sus figuras.
Faldas, chalecos, tacones, bolsos. Unos grandes y otros no tanto forman hoy parte importantísima de la figura humana. De día o de noche acompañan a féminas de todas las edades, muchas veces, lamentablemente, sin resultar la opción más armónica para sus figuras.
Saber vestir, o sea, vestir bien, debería, en los tiempos actuales, convertirse en una máxima para todo individuo, mucho más cuando el mercado y sus estereotipos signan la vida cotidiana. Porque saber vestir no significa llevar sobre la piel el último diseño o las marcas más reconocidas, sino en usar lo más apropiado para potenciar la imagen y lucir siempre con encanto.
Según los psicólogos, en el momento mismo en qué seleccionamos qué ponernos para cada ocasión, demostramos nuestras preferencias, inclinaciones, carácter, educación y hasta nivel cultural y posición socioeconómica. Es además, un acto que refleja la imagen que se quiere tener y proyectar; expresa la necesidad de ser aceptado, de llenar expectativas individuales, de gustarse y sobre todo, de gustar.
De ahí la falsa creencia de que el traje acuña la personalidad y no al revés, y con esta premisa nos lanzamos a la calle, el trabajo, escuela y hasta hospitales lo mismo con lentejuelas a las 9: 00 de la mañana, que en shorts, bermudas y transparencias. El resultado aparente: ser moderno; el real: la vulgaridad remarcada y la muestra total de desconocimiento de las más elementales normas del buen gusto.
Por mucho calor que se tenga o joven que se parezca, existen reglas que nos gusten o no, existen por convención social y precisamente por ello deben cumplirse: el vestir adecuadamente resulta una de ellas. Incómodo y hasta irrespetuoso resulta hoy concurrir a una consulta médica y encontrarse a los pacientes, sobre todo mujeres, en minifaldas o shorts. Lo mismo ocurre en las aulas universitarias o centros de superación a los que no se asiste en uniforme, y en el que los estudiantes se presentan en ropas cortas, escotadas, ceñidas y hasta etcéteras.
Tampoco escapan a este vestuario el ambiente de trabajo; lycras, bermudas, pantaletas y hasta camisetas desfilan por oficinas, recepciones, comedores, sin reparar en el significado del mundo del trabajo y la importancia de la apariencia en ese espacio llamado jornada laboral. Aunque no se trata de vestir a la “antigua” o de forma excesivamente sobria, sí se trata de respetar los espacios y sus códigos, y sobre todo, de recordar que la forma cotidiana de vestir conforman la primera impresión que tenemos sobre el otro, y en esta tarjeta de presentación, el cuño personal es más que visible.
Sencillez, buen gusto, y pertinencia en el vestuario, cautivan siempre mucho más que un escote pronunciado o una pieza entallada. Ante tanta sobreabundancia de estilos y opciones, se impone elegir y elegir bien. Los límites entre lo apropiado y lo vulgar, se desdibujan en aras de la modernidad, sin pensar que el estilo trasciende a la figura, y que la apariencia se construye, mientras el gusto, siempre se pule.
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