¡Felices 331, Santa Clara!
Su nacimiento todavía se discute. Pero realmente poco importa su origen. Santa Clara no necesita casta ni abolengo, ella misma ha sabido ganarse el amor que sus hijos, y los que no lo son, le profesan.
No importa si se lleva o no el título de pilongo o si alguna vez se sentó en el emblemático malecón sin mar; lo cierto es que quien la conoce, queda prendado de ella para siempre, porque Santa Clara, mi Santa Clara, la nuestra, es de esos lugares que se llevan en el alma, para siempre.
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