Con cien y sin tarjetón
Pudo haber pasado por debajo de la mesa, con olvido, pero no, este marcó el centenario, por eso se siente más la mala pasada, “porque si no anduviera ese mal por aquí, la casa y el patio llenos, tengo un pueblo conmigo, todo el mundo aquí en La Moza me atiende y están al tanto, yo también cuando andaba más por el mundo lo hacía”, casi masculló Lázaro, no por debilidad en su voz bastante viva aún, sino quizás por la adversidad del tiempo pandémico.
Sus tres hijos y dos nietos fueron los privilegiados, y de paso Mailín Rodríguez, la profesora del Círculo de Abuelos, Ramón Cárdenas y Carlos Zumaquero, delegado y presidente del comité respectivamente, en carácter de grupo, le dieron “la vueltecita para las felicidades y traerle un presente colectivo”, apuntó Carlos, también vecino.
Como si se entonara con la corta visita, hubo historias para rato puestas en el buen verbo y enlace lógico del que Lázaro hace gala: “Una vida muy trabajá, hice vegas, fui arriero, desmochador de palma y desde que amarré la trepadera en la primera me creí el mejor. De 20 a 25 palmas por tarea, el guano me lo pagaban a 20 quilos y el caballo de palmiche a 40. Me jubilé como trabajador de un taller de maquinaria. Combatiente, Vigilante de zona, de la Defensa Civil. Lo que no he hecho nunca es estafar ni coger algo que no es mío y a mis hijos, por ahí los crié. Quisiera que la mayoría de la gente fuera buena, caramba”.
Y de salud, “un día viendo la televisión, lo único que oía era, te vas a quedar dormido ahí y ya, no supe de mí, cuando volví, bien, bien, me empezaron a buscar por aquí y por allá para remendarme, pero no, la muerte no quiso nada conmigo” . Confesó además que nunca ha tomado medicamentos y jamás piensa en la parca, algo más natural que nacer.
La conversación no lo llevó a evadirse, por eso pidió el bastón que usa cuando va al patio para prever cualquier resbalón. Las últimas vueltas para el punto de dorado del puerquito en puya, asado a la criolla, se lo dio él, así ha sido por años en las comidas familiares. Del ritual, solo faltó la improvisación, de las más de 5 o 6 décimas quizás porque sintió que se le interrumpía con tantas interpelaciones.
Lúcido, conversador, aún enamorado del ayer, hoy y de todo cuanto le rodea, empedernido revolucionario hasta ”la pared de enfrente” como recalcó, Lázaro Porfirio Brito Bermúdez cuenta en la lista ya un tanto extensa de los adultos mayores que en Manicaragua, llegan y sobrepasan el centenario con una calidad de vida satisfactoria. Y en su caso, con 100 años y sin tarjetón.
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