miércoles, 15 mayo 2024

Dormir: ni mucho ni poco

Una investigación colectiva llevada a cabo por expertos en neurociencia de las universidades de Cambridge y de Fudan indagó sobre los vínculos entre el sueño, la cognición y el bienestar.

Concluyeron que lo mismo el sueño insuficiente que el excesivo afectaban la función cognitiva. Para ello, estudiaron datos de una población de 500 mil adultos de entre mediana y avanzada edad registrados en un banco de datos biomédicos de Reino Unido.

«Uno de nuestros descubrimientos clave fue que siete horas de sueño cada noche era óptimo, con más o menos que eso aportando menos beneficios en cognición y salud mental», refieren.

Aquellos sujetos que durmieron esa cantidad de horas —en comparación con quienes durmieron más o menos— obtuvieron como promedio mejores resultados en exámenes cognitivos referidos a la velocidad de procesamiento de la información, atención visual y memoria.

La indagación evidenció también que la relación entre la duración del sueño, la cognición y la salud mental estaba mediada por la genética y la estructura cerebral, y reflejó que las zonas del cerebro más perjudicadas por la falta de sueño son, entre otras, el hipocampo, importante para el aprendizaje, y la memoria. Además, se afectan regiones de la corteza frontal, asociada al control de las emociones.

«Mientras siete horas de sueño son óptimas para protegernos contra la demencia, nuestro estudio indica que dormir lo suficiente también puede ayudar a aliviar los síntomas de la demencia protegiendo la memoria», indicaron los expertos.

Los humanos no siempre dormimos «de corrido»

No son pocos quienes se disgustan cuando ven interrumpido su sueño en mitad de la noche. Sin embargo, esa fue una tradición muy extendida y acogida como perfectamente normal durante todo el Medioevo.

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Foto: Tomada de Getty Images

Así lo reveló el historiador estadounidense Roger Ekirch, quien documentó sobre la existencia en las sociedades preindustriales de lo que llamó sueño bifásico, practicado en Europa, África, Asia, Australia y América del Sur.

Resulta que dormían de las 9:00 p.m. a las 11:00 p.m.; después se despertaban y levantaban, y volvían a caer en brazos de Morfeo a la 1:00 de la mañana.

Ningún aviso les despertaba, y tómese nota de que no dormían en camas ni siquiera semejantes a las actuales. Los de mejor posición social se acostaban en colchones de paja o plumas, y quienes no tenían esa suerte, que era la mayoría, se tendían sobre hierba o sobre la tierra, quizás con alguna manta de por medio.

Entonces no existía privacidad para el sueño, dormían en comunidad, aunque evitando el contacto físico. Parientes, amigos, sirvientes y también desconocidos, si andaban de paso por el lugar, compartían el reposo.

A las 11:00 de la noche se despertaban todos de forma natural, y durante el par de horas de vigilia, conocidas como «el reloj», lo mismo agregaban leña al fuego que tomaban algún remedio. Los campesinos iban a vigilar a sus animales y también se hacían tareas domésticas.

Pero, sobre todo, «el reloj» era útil para socializar y para tener sexo, indicó el estudioso.

La llegada de la Revolución industrial hizo variar este tipo de sueño bifásico. Con la iluminación artificial, podían permanecer en sus ocupaciones hasta más tarde y, por tanto, como de todas maneras debían iniciar una nueva jornada bien temprano, como había sido siempre, pues estaban más cansados y dormían de un modo más profundo y sin despertarse hasta el amanecer del día siguiente.


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