sábado, 27 abril 2024

Diciembre en primera persona

La celebración por el fín de un año se convierte en un acontecimiento familiar donde siempre prima la alegría, el amor, y algún que otro contratiempo que a la larga siempre se supera.

Aquel 31 de diciembre mi abuelo se había encaprichado en que el pernil se asaría en casa. Adobado desde el día antes nada podía salir mal. La tropa de Santa Clara había llegado previamente en el famoso tren de Caibarién. Con la buena encomienda y rezos de mi abuela evitamos algunas de las escaramuzas ya experimentadas de roturas imprevistas, fallos a medio camino, incluso, un descarrilamiento contaba en nuestra hoja de ruta.

Mi prima había sacado los pañuelos coloridos, que mi abuelo había traído de su estancia por Angola en los años 70, y preparaba los disfraces de gitanas para interpretar, a viva voz, las canciones más populares de los Pimpinela. En confianza digo que nuestro repertorio era sumamente variado y casi siempre cerrábamos con Así fue de Juan Gabriel, un exitazo familiar.

Con los ajuares listos y el hit parade preparado escuchamos un ¡Alabao! al estilo Chuncha. El fogón INPUD de horno, esos caballos de batalla que nunca fallan, había decidido no encender. Los hombres de la familia nunca fueron muy duchos en la materia y luego de pasar todos, alicate en mano por ahí, decidieron que aquello era cosa de un profesional.

Exactamente arriba del fogón el reloj anunciaba cerca de las 3 de la tarde, así que el plan de “hacemos el asado en casa” peligraba. ¡Bueno no se espere más! – dijo mi madre que se olió, o mejor avizoró, que aquello amenazaba, porque oler, lo que es oler, en aquella cocina no se sentía nada. ¡Vuelvan a ensayar!, nos gritaron a los 3 nietos que existían en el momento, y aquello sonó a un ¡piérdanse de aquí!

El pernil siguió en su adobo y antes que los hombres tomaran la batuta una de las dos hijas del viejuco se montó con él en el carro y salieron a buscar a un fogonero a la entrada del pueblo. Pero el fogonero también estaba en su fiesta, o quizás su esposa no lo dejó salir, no confirmo la versión más verídica, y pidió que llevaran al paciente.

¡Qué qué! – exclamó mi abuela que hasta el momento se había mantenido inmóvil – ¡Ese fogón no ha salido aquí desde que nos lo asignaron hace 20 años y este 31 de diciembre no va a hacer la excepción!

Debí empezar diciendo que al doblar de la casa vivía Coma, reconocido en el pueblo, por ahumar como nadie los perniles y pescados, pero mi abuelo había olvidado sacar turno para la ocasión y ese detalle había derivado en su interés personal por el asado familiar.

¡Lo de las iniciativas no es lo tuyo Domingo! -sentenció mi abuela- y antes que el fogón saliera de la casa encendió su hornilla de queroseno y lo mandó a casa de Coma –Y no traigas el pernil de vuelta en estado crudo-.

No sabemos bien si al ver la cara de lástima de mi abuelo Coma se compadeció y prometió dejar un huequito para su cliente de tantos años, pero de allá volvió todo feliz con la encomienda cumplida.

A las 10 de la noche estábamos comiendo pernil asado, maquillados y felices, el fogón estaba en su sitio y el susto había pasado. Cada cabeza de familia tiraría su cubo de agua y los niños pudimos incorporar otro número cultural gracias a los imprevistos de la jornada.

A veces pienso si en otras fechas fuimos tan felices, o quizás sí, en aquellas tardes de agosto y los divertidos baños en la playa llena de sargazos y piedras, algo que para nosotros nunca fue inconveniente. Pero diciembre, diciembre era otra cosa, y aunque cada cual agarró su rumbo, la certeza de la familia y sus raíces continúa siendo el mayor aliciente en estas fechas.

PD: ¿Pensaron que olvidé al fogonero? Llegó a primera hora, como prometió, con su caja de herramientas listas. El pernil ya no estaba, mas el fogón, que aún perdura, seguía ahí.


Grettel Rodríguez Bazán

Colaboradora Licenciada en Periodismo por la UCLV 2009, disfruta las creaciones audiovisuales e imparte docencia sobre televisión.

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