martes, 26 marzo 2024

Tarará: Amor eficaz por la humanidad

El pasado 16 de septiembre se presentó en Argentina la película Tarará, dirigida y guionada por Ernesto Fontán. El filme narra en clave documental una historia de salvación colectiva y fraternidad entre los pueblos, incluso en tan terribles circunstancias para Cuba, sometida a su más dura prueba desde el inicio de la Revolución en 1959.

El 28 de octubre de 2018 el trovador cubano Silvio Rodríguez acudió a la cita que le hizo el intendente de Avellaneda –importante municipio del cordón urbano de Buenos Aires– y dio un recital público y gratuito ante 100 000 espectadores. “La audiencia en vivo más grande de mi carrera”, declararía más tarde el cantante. Y a pesar de que ese concierto fue un hito por las cifras de concurrencia y en la marca indeleble que dejaría para siempre en la psique colectiva de esa ciudad, la magia no concluyó al bajar el telón. Incluso podríamos decir que fue precisamente allí, tras la despedida, en donde lo más perenne y fecundo comenzó a nacer, pues al concluir el concierto fluyó una energía creadora de enormes consecuencias.

Junto a los integrantes del EFAC (Espacio de Fraternidad Argentino-Cubana) presidido por la militante colombo-argentina Paola Gallo Peláez y Atilio Boron, como presidente honorario, emergió una idea potente, poética, épica por donde se la mire y además llena de amor revolucionario, como todo lo relacionado con Cuba. Y sucedió cuando Silvio Rodríguez mencionó uno de los episodios más emblemáticos de la medicina cubana en tiempos de la Revolución, cuando Fidel aceptó que 26 000 niños ucranianos afectados por la explosión de la central nuclear de Chernóbil fuesen trasladados y curados en la isla rebelde. Gesto sin dudas gigante considerando que era 1992 y en Cuba faltaba todo lo imaginable mientras transitaba por el llamado período especial, tras la disolución de la Unión Soviética y el colapso del campo socialista.

Aquel diálogo con Silvio Rodríguez pudo haber quedado en una simple anécdota, de las muchas que Cuba nos ofrece de manera siempre luminosa, pero resultó ser el germen de una singular obra cinematográfica estrenada en Avellaneda el pasado 16 de septiembre, donde se presentó la película Tarará, dirigida y guionada por Ernesto Fontán.

El filme narra en clave documental la historia de Alexandr y Vladimir, dos niños ucranianos radiados por el accidente nuclear más famoso de la historia –ocurrido el 26 de abril de 1986– y que dejó a la floreciente ciudad de Pripyat convertida en una urbe fantasma en apenas unos días.

Tarará cuenta una historia de salvación colectiva y fraternidad entre los pueblos, incluso en tan terribles circunstancias para Cuba, sometida a su más dura prueba desde el inicio de la Revolución en 1959. Tras la caída del muro de Berlín se pregonaba “el fin de la Historia” y Estados Unidos parecía tener pleno poder para someter a todo el pueblo cubano al hambre y la escasez material más criminal que tenga la memoria humana.

Esta singular realización de Ernesto Fontán, Tarará, toma su nombre de la zona residencial próxima a La Habana en donde solía pasar sus meses de vacaciones la pequeña y mediana burguesía cubana en tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista, luego expropiada por la Revolución y convertida en una colonia infanto-juvenil para los pioneros cubanos.

Un lugar de playas perfectas y clima suave que Fidel, en su perpetua vocación de incentivar y cultivar la infancia, dotó de instalaciones para el disfrute y la formación fecunda de los ciudadanos futuros. Y fue allí que a partir de 1992 fueron alojados los niños ucranianos y sus familias, con escuelas y hospitales en medio de un entorno sanador en donde las leucemias, los tumores surgidos de la radiación y los traumas psicológicos de aquellos niños y niñas hallaron cura y consuelo.

Sobre este particular el director del filme, el argentino Ernesto Fontán, señaló:

“Tuve la suerte de viajar cuatro veces a Cuba. Tengo una pasión por el tratamiento de Cuba a las infancias y la importancia que se le da a la educación, las universidades que tiene y la formación de los médicos. En la película Tarará señalamos que Cuba tiene la mayor cantidad de médicos cada 1 000 habitantes. Y es de los países que más cantidad de médicos envía a zonas de riesgo de cualquier parte del mundo. Entonces, contar una historia que tenga que ver con la niñez, con la educación, con la salud me pareció maravilloso para que la gente lo sepa. Poder contarlo con una película y que tenga esa difusión y que llegue a oídos de personas que no están acostumbradas a escuchar estas cosas, para mí no es solo un trabajo cinematográfico sino también militante”.

Esta realización hecha con mucha vocación y pocos recursos, pero de factura impecable, muestra al mundo las grandezas que Cuba ejerce bajo el manto de un silencio fabricado por la hegemonía comunicacional del orden capitalista. Un silencio sucio que impide al mundo apreciar el profundo humanismo cubano plagado de dimensiones variadas y siempre maravillosas. Vaya de ejemplo esta casi exótica historia de lazos fraternos entre pueblos tan cultural y geográficamente alejados como los de Ucrania y Cuba.

Sin dudas, este documental plagado de testimonios conmovedores, pero sin golpes bajos ni edulcoraciones vacuas, logra que el espectador transite por emociones profundas. Siempre la contemplación de la belleza en estado puro es movilizadora y Tarará derrama belleza de principio a fin. Y además en su forma más excelsa, que es la belleza de la mejor condición humana.

Inevitablemente la sombra de ese portento de la humanidad que fue Fidel sobrevuela todo este filme, y lo hace sin siquiera el menor atisbo panfletario, pues la contundencia de los hechos es por demás elocuente. Allí se ve –como diría el sacerdote y guerrillero colombiano, Camilo Torres Restrepo– “el amor eficaz” por el otro. Un amor eficaz que Fidel y Cuba siempre derramaron sin medir costos ni beneficios.

Tarará es un canto, casi un himno visual que deberíamos ver dos, diez, cien veces a lo largo de la existencia, porque sus valores son eternamente docentes y esenciales para este mundo que parece haber perdido toda capacidad de engendrar la belleza. Belleza a la que jamás Fidel renunció, allí donde hubiera una necesidad, una injusticia, un anhelo constructivo. Un dolor.

Tarará resulta, indudablemente, una perfecta estación para la reflexión y una prueba irrefutable de que no todo está perdido y que otros imaginarios pueden volverse realidad.


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