miércoles, 24 abril 2024

Alejandro y Aimé: la huella de un país y un momento

Yo no vine a contar la historia de amor, aunque gracias a ella es que puedo referir la que he elegido: una historia de corajes y de vida. Ahora mismo se puede mirar el campus y tal parece que viviéramos un stand byen muchas universidades; las aulas, pasillos y becas ya no acogen a los chicos de siempre, aunque algunos regresen con el traje de valientes, no a la pizarra sino al centro de aislamiento, y más que por nostalgia por amor a la vida.

Alejandro Javier López García y Aimé Díaz Quesada van a ser periodistas. Ambos estudian esta carrera en su segundo año de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, y digamos que no solo comparten desde el primer curso de estudios el aula, la profesión, o los amigos. También comparten sus sueños de micrófonos, cámaras y papeles, eso sí, siempre juntos, como cualquier historia de amor que viera usted entre dos jóvenes universitarios.

Yo no vine a contar la historia de amor, aunque gracias a ella es que puedo referir la que he elegido: una historia de corajes y de vida. Ahora mismo se puede mirar el campus y tal parece que viviéramos un stand by en muchas universidades; las aulas, pasillos y becas ya no acogen a los chicos de siempre, aunque algunos regresen con el traje de valientes, no a la pizarra, sino al centro de aislamiento, y más que por nostalgia, por amor a la vida.

Hace tan solo unos días Aimé recibía sus mañanas desde una universidad donde no cursa estudios, la Universidad de Ciego de Ávila “Máximo Gómez Baez”. Esta avileña, hija adoptiva de “Marta” decidió dedicarle 21 días al centro trabajando como voluntaria en la zona roja:

«Creo que los jóvenes debemos dar nuestro apoyo en este momento tan importante por el que atraviesa Cuba, y yo también quería dar mi aporte por pequeño que fuera. En la UNICA (Universidad de Ciego de Ávila) estuve limpiando los pasillos y baños de la zona roja. En el caso de los cuartos nunca se limpiaban mientras hubiese un paciente, para esta tarea el cuarto tenía que estar vacío y haber sido fumigado tres horas antes de entrar».

jovenes voluntarios zona roja
Aimé junto a sus compañeros de trabajo en la Universidad de Ciego de Ávila “Máximo Gómez Baez”

Por una foto de su estado de WhatsApp pude ver que Alejandro (un tiempo después) también hacía lo mismo, claro, él a unos cuantos kilómetros de Aimé desde su propia universidad, la UCLV:

«Ya había sopesado la idea desde mucho antes pues en un par de ocasiones tuve la  oportunidad de entrevistar a jóvenes que habían cumplido con esta misión, y francamente me sentía inútil con la grabadora en la mano. Desde entonces esa espinita se quedó conmigo, presionando en mi conciencia y exigiéndome hacer algo más.

Luego sucedió, como colofón, que mi novia (Aimé) me expresa un día su deseo de servir como voluntaria en el centro de aislamiento de la Universidad de Ciego de Ávila. Ahí tenía el golpe de motivación que me faltaba. Su ejemplo catalizó mis inquietudes y cimentó la decisión que tomaría a la mañana siguiente de apuntar mi nombre entre las filas de los próximos “jóvenes por la vida”».

jovenes voluntarios covid 19
Alejandro López junto a sus compañeros de trabajo en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas

Alejandro estuvo dos semanas trabajando como voluntario, también dedicado a las tareas de limpieza, y ahora me escribe mientras espera el resultado de un PCR que certifique su estado de salud respecto a la COVID-19. Aimé lo hace desde casa, con PCR negativo y quizás un poco más de tranquilidad. Entonces yo le pregunto a la avileña: ¿Qué crees que haya sido lo más difícil por lo que debiste pasar en ese tiempo?

« ¿Lo más difícil? En el plano laboral digamos que poder respirar con todo el equipamiento que debemos llevar para entrar a la zona roja, a veces pensaba que no iba a poder, incluso también se me inflamaron los tobillos producto de llevar por mucho tiempo las botas de agua. Por otra parte, y desde un punto de vista emocional, digamos que resulta difícil estar lejos de las comodidades de la casa; aunque desde que tengo 15 años estoy becada, pero cuando llevas muchos meses en casa te acostumbras a esas comodidades. Y otra cosa que se me hizo difícil fue no poder dedicarle tanto tiempo a Ale».

De la siguiente pregunta yo ya infería la respuesta, aun así decidí hacerla a ambos porque sé, que a pesar de la preparación, la seguridad, el coraje o el amor… todos somos seres humanos y ante situaciones como esta la vida premia con valentía pero también regala un poquito de miedo.

«El miedo es real, está ahí, no solo en aquellos que entran a la zona roja sino también en los que están en casa. Siempre hay miedo a contagiarse y contagiar a los demás. Eso es normal y sería imposible no sentirlo. Ahora, en mi caso puedo decirte que eran pocas las veces: yo sabía que estaba siguiendo el protocolo sanitario tal y como hay que cumplirlo y que no tendría ningún problema luego». (Aimé)

«Mentiría si te digo que no sentí miedo nunca. No creo que nadie pueda inhibirse de tal forma. A veces cumplías tu jornada tranquilamente, y luego, cuando te enterabas que el paciente del 402 resultó positivo te movía un extraño malestar, porque habías estado ahí, recordabas su cara, e incluso podías haber intercambiado algunas palabras con él —salvando siempre las distancias y extremando las medidas, por supuesto—. Entonces no temías solo por ti sino por una persona que ya conociste, que no era una cifra sino un humano de carne y sentimientos». (Alejandro)

Yo creo que la conversación más recurrente ahora mismo entre jóvenes universitarios es cuánto se extraña, luego de un año, la vida en la universidad; pero también todos esos momentos en los que la libertad era algo tan común que casi no prestábamos atención a ella.

Los cafés, las charlas (cara a cara), los parques, las guaguas, e incluso las discotecas se han convertido en añoranzas y nostalgias. Aimé me cuenta convencida, que además de todo ello, lo que más extraña (o a quien más extraña) es a Alejandro. Desde el mes de diciembre no ha habido puente para ellos entre Villa Clara y Ciego de Ávila.

i pareja de jovenes fb
Ahora sin mascarillas, Alejandro y Aimé, en su “aula 30” de la Facultad de Humanidades

¿De la “era sin nasobuco” qué es lo que más extraña Alejandro?

«Definitivamente a ella. Antes todo era tan normal que incluso se podía jugar a hacer planes. Hoy pensar en algo superior a un par de semanas es figurar castillos en el aire. La COVID-19 nos adaptó vía empellones a no hacernos ilusiones sobre “el mes que viene”.

Extraño la vida que dejé en pausa. Ya estamos a punto de cumplir un año de encierro, nostalgias y malos hábitos, y mis esperanzas recaen en una pronta campaña de vacunación».

“La pregunta final, no podía faltar”, les digo en broma y ellos lo saben,  porque las entrevistas no son para nada intransitables o incómodas cuando precisamente las realizas a futuros periodistas.

Para el recuerdo… ¿qué queda?

Aimé me escribe que no todo lo que se lleva es fácil, ni lindo, ni heroico, pero se queda también con el deber cumplido, con los compañeros que tuvo y con el aprendizaje adquirido. Alejandro me contesta más o menos igual: los lazos de amistad, las risas entre compañeros, el sentirse útil, incluso las gracias de algunos pacientes.

Pero yo estoy segura de que para el recuerdo queda mucho más en ellos, más que 14, 21 días, o una historia compartida. En Alejandro y Aimé queda la huella de haber llegado a tiempo, juntos y remotos, la huella de un país y un momento;y la esperanza de volver a encontrarse sin más distancia que un abrazo.


Haylem Barroso

Estudiante de Periodismo Estudiante de Periodismo UCLV

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