¡Y llegó el día!
Desde bien temprano comenzó el ajetreo. Alarmas con todos los timbres suenan desde bien tempano para anunciar el de pie, que ya es hora de ir al aula.
Desde bien temprano comenzó el ajetreo. Alarmas con todos los timbres suenan desde bien tempano para anunciar el de pie, que ya es hora de ir al aula.
Los más pequeños, entre el temor y la alegría, se miran una y otra vez el uniforme limpio, planchado, justo. Los mayores, acostumbrados ya a la rutina del primer día, se ajustan frente al espejo esos “detalles esenciales”.
Mientras, en su cabeza, cada uno prevé con mayor o menor atino cómo será este año escolar que recién comienza: “¿haré muchos amiguitos?”, “¿pondrán muchas tareas?”, ¿Cómo vendrán las Matemáticas?” “Este año sí que a la primera apruebo todas las asignaturas”. Y de esta forma, poco a poco, se trazan el camibno que durá diez meses antes de lelgar a la meta.
Vuelven a mirra el reloj, ya es la hora. Cada quien revisa, desde su edad, qué pudiera faltarle, apresuran el desayuno, y salen de casa como quien va a conquistar el mundo.
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