jueves, 28 marzo 2024

Un campanazo de resonancia continental

A Céspedes y a la República en Armas le negaron el reconocimiento, y le plantaron todo tipo de obstáculos y agresiones, por los mismos intereses que hoy se resisten a convivir con una Cuba independiente y dueña de su destino.

Con la resonancia del campanazo originado en Yara, probablemente a Andrew Johnson, en el Despacho Oval, se le retorcieron las tripas como a Francisco Serrano ha de haberle ocurrido en Madrid. En términos beisboleros, el audaz lance de un tal Carlos Manuel de Céspedes y Quesada cogió movidos al decimoséptimo presidente de Estados Unidos y al conde consorte de San Antonio, quien, con grado de general, encabezaba una Junta de Gobierno en España.

Más allá de sus contrapuestas codicias, tanto Serrano, instancia mayor de la metrópoli colonial europea posesionada en la caribeña Isla en ese momento, como míster Johnson, rostro del entonces voraz imperio naciente al acecho, formaron del mismo bando. El primero, por preservar «la manzana»; el segundo, para engullir la «fruta madura» –a su tiempo, claro.

Desde sus lógicas dominantes el riesgo iba más allá de perder o no hacerse con tan codiciado enclave. Acaso ambas potencias temían una reacción en cadena, y que tan radical grito independentista se repitiera en otras de las muchas colonias que poseían, o en las que aspiraban a poseer o reconquistar.

También a ellos les resultó indescifrable, por su carácter, la asonada en que, a decir de Martí, «los misterios más puros del alma se cumplieron aquella mañana (…), cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear sin odio, (…) cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!”». Fue lo más revolucionario de la época, valoró el Comandante en Jefe en una ocasión.

Inédito resultó ver en la misma  fila a los cubiertos de harapos y a los de vestir refinado abrazados en causa común, nativos y descendientes de África, hacendados, criollos y originarios de otras naciones, incluida la estadounidense; gente «que abandonó al bienestar para obedecer al honor».

Demasiada luz emitía aquella llama de libertad. Tan intensa, tan pura; muchos turbios intereses de explotadores corrían el riesgo de arder en ella. De ahí que los poderosos decidieran unirse para extinguirla, aunque uno de ellos, Estados Unidos, improvisara su máscara de neutralidad, denunciada tempranamente por Céspedes.

El 10 de agosto de 1871, 34 meses después de iniciada la contienda en la Isla, en carta al señor Charles Summer Welles, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, el Padre de la Patria reprobó la hipocresía del vecino país, al facilitarle a España el bloqueo de las costas cubanas, «gracias a que contrató (en ee. uu.) «la construcción, armamento y equipos de 30 cañoneras de vapor».

Una década antes de la declaración de independencia de las Trece Colonias, en 1777, Benjamin Franklin habló de colonizar el valle del Mississippi, «para ser usado contra Cuba». Es decir, la primera señal de la verdadera ambición de Washington hacia Cuba había llegado mucho antes de la rebelión contra España.

Pero esta vez afloraron más claros los verdaderos intereses del Tío Sam hacia la Isla, y generó el vertical reproche de Céspedes: «El apoyo indirecto material y moral al opresor contra el oprimido, al fuerte contra el débil, a la monarquía contra la República, a la Metrópoli europea contra la colonia americana, al esclavista recalcitrante contra el libertador de cientos de miles de esclavos».

Así echó en cara el remitente: «Haciendo uso de su poderío nos impidió la salida de expediciones, es decir, nos limitó a solo buscar apoyo para la guerra en la propia Cuba, (…) presionó a las repúblicas americanas y les prohibió cualquier tipo de ayuda o gesto solidario a nuestra causa».

De alguna manera esa actitud hostil del imperio ayudó a radicalizar aún más el proceso independentista. «El pueblo de Cuba se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los pueblos libres de América», advirtió resuelto el «hombre de mármol», «nuestro lema es y será siempre Independencia o Muerte».

PREMONICIÓN PARA 88 AÑOS DESPUÉS

«Ni ladrones, ni traidores, ni intervencionistas. Esta vez sí que es la Revolución (…), por fortuna para Cuba, llegará de verdad al poder», proclamaba Fidel desde el santiaguero parque Céspedes, al iniciar enero de 1959. Triunfaba una causa que, tras salvar tropiezos y zancadillas en sus distintas etapas, convertía en premonición el anuncio del Padre de la Patria, 88 años antes, a Summer. Es el inicio, aclaró Fidel, de «una empresa dura y llena de peligros».

Nueve años apenas habían transcurrido desde aquel día, y el propio líder de la Revolución, quien al definirla como «de los humildes, por los humildes y para los humildes», había avivado los temores de círculos oligárquico-imperialistas, en el centenario del Grito de Yara se hizo eco de otra denuncia.

Se rezaba en Miami, «para que la Revolución se destruyera, (…) para que los dirigentes revolucionarios nos muriéramos en un accidente o asesinados». La histeria anticubana alcanzaba un clímax idéntico al que presenciamos hoy, y ratifica la actualidad del llamado de nuestro máximo líder a esta generación.

«Le corresponde ver también los anexionistas de hoy, (a) los débiles (…)  que tratan de destruir la riqueza del país, a los que sirven a los imperialistas, en los cobardes e incapaces del trabajo y del sacrificio (…), se ponen allá, de parte de sus amos, al servicio de la causa infamante del imperialismo, enemigo no solo de nuestro pueblo sino enemigo de todos los pueblos del mundo. 

«La lucha se repite en diferente escala –alerta el Comandante en Jefe, de nuevo–, pero también en diferentes condiciones, (…)  nuestro pueblo enfrenta a corrientes similares, a las mismas ideas reaccionarias revividas, a los nuevos intérpretes del autonomismo, del anexionismo; se enfrenta a los proimperialistas y a los imperialistas; pero en condiciones muy distintas».

EN ESTADOS UNIDOS LA ADMINISTRACIÓN NO ES EL PUEBLO

A la lucha libertadora iniciada por Céspedes y a la República en Armas le negaron el reconocimiento, y le plantaron todo tipo de obstáculos y la agredieron, por los mismos intereses que hoy se resisten a convivir con una Cuba independiente y dueña de su destino.

Pero esa actitud no consiguió, como no ha conseguido hoy ni lo hará jamás, confundir al abogado patriota ni a su pueblo, ahora mucho más unido y consciente. Céspedes alzó, clarísimo, la voz, en un razonamiento que pudiera ser el de Fidel, de Raúl, de Díaz-Canel o de cualquiera de nuestros actuales líderes.

«No por eso ha menguado la consideración del pueblo de Cuba hacia el de Estados Unidos –hizo notar el patriota bayamés–, ambos son hermanos y permanecen unidos en espíritu a pesar de la conducta de la administración de este último; (…). Llegue o no llegue el reconocimiento, (…) la Revolución Cubana vigorosa es ya inmortal; (…) vencerá».

En los hechos, esa verdad, a los enemigos de la Cuba que resiste, los persigue cual maldición gitana. De poco les han valido el acoso, el cerco económico, los intentos de fracturar la unidad, y el oportunismo criminal en medio de la pandemia. Tampoco sus falsedades y manipuladoras operaciones mediáticas, en las que emplean millones de dólares.

Por encima de agresiones y dificultades tremendas, este pueblo-hijo conserva «la bella cualidad de una memoria (que salva)». Y con esa «fuerza de voluntad indomable», que aprendió de Agramonte, de Maceo, de Martí, del Che Guevara, de Fidel…, resiste los más duros embates. Como a Céspedes, «ningún revés se le impone». Es lógico. Lo heredó del «hombre de mármol» al que reconoce como padre.

Cuba es Céspedes redivivo en millones; un país hecho con «la madera de los libertadores; de corazón limpio y (…) con latidos de héroe». Que en la Venezuela hermana o en el Perú, en África o en Bolivia se manifiesten rasgos como esos, genético patrimonio de pueblos, no extraña; el campanazo fue de resonancia continental.

De esa familia podría anunciarse lo mismo que el héroe del 10 de octubre sentenciara en nuestro archipiélago: «No solo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava».    


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