martes, 26 marzo 2024

Titanes de la solidaridad y el internacionalismo

Quiso el azar que el 14 de junio, con 83 años de diferencia, nacieran dos de los paladines más importantes del martirologio nuestro americano: Antonio Maceo Grajales en 1845 en Santiago de Cuba y Ernesto Guevara de la Serna, en 1928 en Rosario, Argentina. Ambos fueron, además, abanderados destacados de la vanguardia antimperialista continental, y de la solidaridad y el internacionalismo como premisas de la construcción de la Patria Nueva.

Antonio Maceo, de quien José Martí dijese tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo, vivió obsesionado por los sufrimientos y la suerte de la hermana gemela de Cuba, Puerto Rico, la isla que latía al ritmo de sus emociones, privaciones y victorias. Para dejarlo patentizado ante la historia como legado testamental, el 6 de junio de 1884 escribió desde San Pedro Sula, Honduras, al patriota cubano Anselmo Valdés:

“…Cuando Cuba sea independiente solicitaré del Gobierno que se constituya, permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, pues no me gustaría entregar la espada dejando esclava esa porción de América; pero si no coronare mis fines, entregaré el sable pidiendo a mis compañeros hagan lo mismo.”

Aquella obsesión no abandonó jamás al incansable y culto guerrero. Su universo de justicia y ética revolucionaria, rebasaba las fronteras de su amada Cuba. Tuvo Maceo durante la guerra grande la oportunidad de combatir y compartir su suerte con combatientes de disímiles latitudes. Su gran maestro fue el general dominicano Máximo Gómez a quien encontraba un solo defecto: “…titularse extranjero hablándose de la política cubana; es la gran falta que tiene para mi.” En la brega gloriosa junto a cientos de extranjeros, forjó su compromiso de gratitud hacia otros pueblos.

No había concluido la gesta de los Diez Años, y en una proclama de fecha 25 de marzo de 1878 a los habitantes del Departamento Oriental, exponía Maceo su ideal antillanista, “…debemos formar una nueva república asimilada con nuestra hermana la de Santo Domingo y Haití”. A fines de 1880, e instigadas por él, brotaron en el Departamento Oriental de Cuba las primeras células de la Liga Antillana, con el propósito de fundar “…la Federación de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo”.

Al patriota ecuatoriano Eloy Alfaro, lo conoce en Perú a fines de 1888. Surgió entre ellos una entrañable amistad, hija de la identidad de ideas políticas. En marzo de 1894, Alfaro arribó a Costa Rica y contactó en Nicoya al general Maceo. De inmediato comienzan a preparar un contingente internacional expedicionario para la guerra de Cuba y Ecuador. Como magnetismo sin par, el general Antonio Maceo atrajo en Costa Rica a revolucionarios de toda América con la idea de luchar por la nueva Gran Colombia, con las Antillas incluidas. De aquellos días diría el cubano Manuel de Jesús Granda:

“En esa época había en Costa Rica, una pléyade de grandes hombres exiliados de los países latinos americanos donde existían dictadores. Esos hombres eran grandes revolucionarios, en su mayoría Generales. También había escritores, grandes oradores, abogados y médicos. Todos eran políticos que no podían volver a sus respectivos países, y que al trata al Gral. Maceo, le cogieron mucha estimación y casi todos se le brindaban para acompañarlo en la gran obra de la libertad de Cuba.”

Comenzada la nueva gesta, jamás olvidó su compromiso con Puerto Rico, llamando a su lado al mayor general boricua Juan Rius Rivera, su compañero y amigo del 68. Maceo contagió a sus subordinados más leales, de su pasión solidaria. En julio de 1896 el entonces coronel Enrique Loynaz del Castillo, presentó al Consejo de Gobierno un proyecto de expedición para independizar a Puerto Rico. Un año después, en agosto de 1897, el general José Lacret Morlot, presentó otro, para crear la Legión del Ejército Libertador Cubano en Puerto Rico. Sobre este particular, Lacret, expresaría:

“…Su sueño para después de la independencia de Cuba era la de Puerto Rico, me asoció a sus proyectos y en esta campaña hablamos varias veces del particular haciéndome ofrecer que si él moría yo lo sustituiría.”

La vida del Comandante Ernesto “Che Guevara” marcha paralela en muchos órdenes con la del Titán de Bronce. Además de la coincidencia de la fecha de nacimiento, ambos tenían una idea clara del peligro que entrañaba el imperialismo estadounidense para nuestros pueblos, poseían una avidez asombrosa por la lectura, una fe permanente en el futuro, una pasión voluptuosa por la revolución y almas sin fronteras.  

Para el “Che” la patria era más que América. Su quimera fue combatir al imperialismo en cualquier lugar del mundo en pos del bienestar de los pueblos. Ese espíritu justiciero y quijotesco lo llevó de joven a viajar por toda América para conocer a fondo las entrañas del continente. Así llegó a Guatemala para ser protagonista de la lucha contra la intervención imperialista que derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en 1954, para pasar después a México donde estrechó relaciones con los exiliados nicaragüenses que combatían la dictadura de Anastasio Somoza, y después con Fidel Castro y los futuros expedicionarios del Granma.

Convertido en el primer combatiente ascendido a comandante del Ejército Rebelde por Fidel, el ya mítico guerrillero argentino se convirtió en un símbolo de la solidaridad y el internacionalismo. Su solo nombre enaltecía la esencia universal del pensamiento y la práctica política de la Revolución Cubana.

Fiel a sus ideas internacionalistas, apoyó a inicios de 1959 al movimiento guerrillero en Nicaragua y en los años iniciales de la Revolución, a los combatientes de todo el mundo que encontraban en Cuba la inspiración para luchar contra el imperialismo y el colonialismo. Su palabra de comandante diplomático en sus giras por el tercer mundo, llevó su imagen justiciera a distintos escenarios de confrontación. Creció su figura como símbolo del más puro sentimiento de solidaridad.

El Congo conoció de su tesón y entrega a la lucha de los pobres de la tierra. Bolivia serviría de santuario a su apostolado de revolucionario universal. Hoy en el apartado poblado de La Higuera, en plena sierra boliviana, se le venera como al Cristo de los pobres, de la justicia, y de los milagros.

El 7 de diciembre de 1962, en ocasión del aniversario de la muerte en combate del general Antonio Maceo, parafraseando al héroe cubano, expresaría el Che  ante su tumba en El Cacahual:

“…mientras quede en América, o tal vez, mientras quede en el mundo un agravio  por deshacer, una injusticia que reparar, la Revolución cubana no puede detenerse, debe seguir adelante.”

Sin lugar a dudas, ambos paladines estaban hechos de la misma estirpe.


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