Desde el silencio: el pecho a las balas y Cuba en el corazón
Lleva a cuestas responsabilidades que nadie conoce, que ni tan siquiera quien duerme bajo su mismo techo imagina. Sale de casa sin horario de regreso, sin decir a dónde, sin saber si vuelve hoy o si el adiós desde la puerta es más largo.
El insomnio es su amigo perenne, su compañero de “aventuras”, el estrés ya ni tan siquiera se lo siente, o eso cree, hasta que el cuerpo libera en la almohada de casa toda la tensión acumulada de horas y días de trabajo lejos, muy lejos, y simplemente calla, como siempre, y agradece estar vivo.
Es parte de ese ejército cuya mayor virtud es el silencio, ese que esconde una valentía y un arrojo que nadie sospecha, habilidades que nadie conoce, ese que no lleva uniforme visible pero ha esquivado quizás más balas que un tanque de guerra o una unidad militar completa, porque por Cuba, su pecho se vuelve un escudo, porque 11 millones de personas merecen dormir en paz y por esa bendita tranquilidad vale mil veces la pena el desvelo de unos cuantos.
Es heredero de aquellos primero jóvenes casi “suicidas” que dieron el paso al frente hace 65 años y siguieron sin dudar al hoy Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, primer impulsor de los Órganos de la Seguridad del Estado, soldados al servicio distinguido de la Patria y del resguardo de sus conquistas y sueños.
Desde aquel legendario 26 de marzo de 1959, esos combatientes del Ministerio del Interior han constituido el principal eslabón, dentro y fuera de fronteras, en la defensa de la soberanía de nuestro suelo, en el cuidado de todo eso que amamos y nos hace felices, aun cuando los intentos para arrebatarnos el presente y oscurecer el futuro no han sido pocos. ¡Solo ellos saben cuántos han sido! ¡Solo ellos saben cuántas veces estuvo el peligro tan cerca, a la distancia de un suspiro!
Sus misiones, tal vez, han sido más difíciles después del triunfo de enero que el bombardeo de la aviación en plena Sierra Maestra, cuando sabías quién era tu enemigo y dónde estaba, o más duras que el combate cuerpo a cuerpo de las células clandestinas en las ciudades, cuando los cuarteles se convirtieron en siniestras salas de tortura y aun así, jamás dudaron, jamás; porque después del triunfo, el oponente muchas veces ha sido casi invisible, derrotado a golpe de inteligencia y previsiones, literalmente, a golpe de silencio.
Más de seis décadas después de aquel “bautismo de fuego”, lamentablemente algunos ya no están físicamente, muchos viven esa “existencia paralela” que les permite cuidarnos y miles de historias nunca podremos escribirlas; se irán con otros tantos, guardadas en su pecho el día de su partida, cuando tal vez solo los más allegados sepan quién era de verdad, cuando solo nos quede agradecer ese escudo frente a las balas y la entrega de hasta un último suspiro por esta tierra.
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