jueves, 16 mayo 2024

América Latina y el Caribe en la mira de viejas potencias imperiales

Los ejemplos de países “rebeldes” en nuestro continente resuenan en los oídos de quienes intentan seguir saqueando sus recursos, tras más de 500 años de la llegada de los primeros europeos y las deudas aún por pagar de la conquista y la colonización a la que fueron sometidos los pueblos latinoamericanos.

Como en siglos anteriores y como ya es habitual, América Latina y el Caribe tienen encima este 2023 los ojos de viejas potencias imperiales europeas, sumadas al escrutinio constante del gobierno de turno de la Casa Blanca, cuyas economías naufragan entre conflictos bélicos y la escasez o la demanda acelerada de recursos naturales, de los que, las mayores reservas se localizan, precisamente, al otro lado del Atlántico y al sur del Río Bravo.

Ante esta situación, en la que el dinero constituye el motor impulsor para promover cualquier tipo de “estrategia” en busca de alcanzar su objetivo, nuestra zona geográfica se enfrenta no solo al acoso y la persecución de sus transacciones financieras y sus bienes económicos, Cuba es el ejemplo más preciso de ello, sino a una guerra constante a aquellos gobiernos que “no bajan la cabeza” frente a amenazas y chantajes.

A poco más de siete meses transcurridos de este año, naciones que son hoy una “piedra en el zapato” para enemigos muy poderosos, sufren las consecuencias de intentar romper viejos esquemas neocoloniales y construir un futuro mejor para sus pueblos.

Ese es el caso de Brasil, motor impulsor del desarrollo regional y país de peso dentro del mecanismo económico de los BRICS, que, exactamente a una semana del ascenso al gobierno nuevamente del destacado líder de izquierda Luis Inácio Lula da Silva, en enero pasado, enfrentó una de las primeras crisis políticas de la nación, otro de los intentos de la derecha de evitar su retorno al Palacio de Planalto, desde donde el representante del Partido de los Trabajadores dictó medidas y reformas en pos del pueblo y en detrimento de las grandes oligarquías, simpatizantes del ex mandatario Jair Bolsonaro.

Azuzados por las primeras decisiones del nuevo gobierno de devolver su esplendor a la Amazonía, en contra de intereses de grandes transnacionales que operaban a sus anchas en la zona, de colocar la multiplicidad religiosa en el centro de atención, en un país donde la iglesia católica danza entre millones y se sienta en el trono del poder hace siglos y de devolver la dignidad a los miles de brasileños empujados al camino de la pobreza, por solo mencionar algunos dictámenes, provocaron el estallido del 8 de enero.

No obstante, el gabinete de Lula aunó fuerzas, salió victorioso de esa estratagema y continuó, contra viento y marea, dictando reformas en beneficio de los más desposeídos, la más reciente estableció la igualdad salarial entre hombres y mujeres, en una nación que posee inmensas riquezas naturales, acuíferas (el Amazonas), minerales y de hidrocarburos, recursos que ya el propio presidente dijo poner al servicio de su pueblo y de otros amigos solidarios.

Más al sur del continente, en un Chile que arrastra aun vestigios legales y oficiales de la tenebrosa dictadura de Augusto Pinochet, el joven mandatario Gabriel Boric, pese a grandes desafíos y contra todo pronóstico, celebró su primer año de gobierno marcado por logros en materia económica con un superávit fiscal que llevaba ausente una década, ha podido sacar adelante algunas de sus políticas sociales y medioambientales, así como establecer la gratuidad total en las atenciones de salud.

Si bien el mandatario ha tenido que ceder en algunos asuntos como la reforma tributaria ante una oposición vociferante, encabezada por la rancia burguesía chilena, dueña por décadas del país y sus recursos, acostumbrada a gobernar en la sombra y manejar los hilos del ocupante del Palacio de la Moneda, lo cierto es que Boric también ha conseguido ingresos importantes con la reactivación del mercado del cobre, del litio y la inversión extranjera.

En ese sentido, su vecina Bolivia, con el retorno de un gobierno legítimo al poder, encabezado por Luis Arce, concluyó el primer semestre del 2023 con un crecimiento económico importante, marcado por un récord en sus exportaciones, símbolo de la recuperación del país.

Al respecto, el mandatario señaló que la reducción de la pobreza, la mejora cualitativa de la calidad de vida y la estabilidad económica con una inflación controlada, son signos inequívocos de dicha recuperación.

El Instituto de Estadística Nacional publicó a inicios del presente mes de septiembre que de enero a julio de este año La Paz alcanzó los 11 mil 275 millones de dólares en exportaciones, cifra superior en un 36 % a igual período del 2021, con los mayores números en la extracción de hidrocarburos y minerales, así como la industria manufacturera.

Pero lo más importante, esta mejora económica nacional se refleja en la vida diaria de los ciudadanos, por ejemplo: al cierre del primer semestre de este año, 93 mil 274 familias tienen acceso a una vivienda propia y han sido apoyados 741 mil 821 emprendimientos productivos de mayor o menor complejidad.

Sin embargo, el gobierno boliviano no está exento de padecer la desaceleración que vive la economía mundial, fenómeno que unido a la inflación global y regional y al aumento de conflictos bélicos que condicionan los precios de alimentos y combustibles, exige de cada nación una respuesta extraordinaria y que convierten al país, principal reserva de litio del mundo, en blanco perfecto para presiones imperiales.

Otros gobiernos como el del mexicano Andrés Manuel López Obrador, el del nicaragüense Daniel Ortega y los de decenas de pequeñas islas caribeñas, también persisten en el establecimiento de modelos económicos más sociales y menos influenciados por la crudeza del capitalismo, a través del establecimiento de vínculos con potencias antioccidentales como Rusia, China e Irán, a riesgo de bloqueos, presiones, sanciones y amenazas a sus soberanías nacionales.

Símbolo de lo que puede conseguirse con el acercamiento de posturas, con el diálogo constructivo para la cooperación y el beneficio de los pueblos, Colombia y Venezuela volvieron al camino del entendimiento mutuo, con la apertura de los más de dos mil 200 kilómetros de frontera terrestre que dividen a los dos países, por lo cual, al decir del presidente bolivariano Nicolás Maduro, “se abre un mercado gigantesco para las dos economías”.
Dicha normalización abrió la senda de positivos dividendos para los dos países a partir del reimpulso del intercambio comercial, con el objetivo de superar los siete mil 200 millones de dólares de beneficio alcanzados en el 2008, cifra reducida prácticamente a cero con el cierre parcial de la frontera en el 2015 y su clausura total del 2019.

A ello se le añade que Washington observa la pérdida progresiva de un territorio clave para expandir su dominio neoliberal en suelo sudamericano, sobre todo en materia de agresión contra la revolución bolivariana.

Los ejemplos de países “rebeldes” en nuestro continente resuenan en los oídos de quienes intentan seguir saqueando sus recursos, tras más de 500 años de la llegada de los primeros europeos y las deudas aún por pagar de la conquista y la colonización a la que fueron sometidos los pueblos latinoamericanos.

Naciones como Venezuela, Cuba, Chile, Bolivia, México, entre tantas otras, continúan mellando sus desacuerdos internos para consolidar una unidad regional que duele y molesta, a quienes saben que poseen la capacidad, los recursos, la fuerza, la inteligencia y la resistencia para alzarse por encima de sus diferencias y conseguirlo.


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