Con todas, por la gratitud de todos
Por su carácter internacional, se supone que el 8 de marzo cada país pose una retrospectiva mirada y la pupila del momento actual en ese universo femenino capaz de enternecer al mundo… y moverlo.
Por su carácter internacional, se supone que el 8 de marzo cada país pose una retrospectiva mirada y la pupila del momento actual en ese universo femenino capaz de enternecer al mundo… y moverlo.
«Aterrizar» la fecha en cualquier lugar de Cuba, ponerle digno o merecido rostro, no genera complicación alguna para quien, en su centro laboral, escuela, instalación deportiva, hogar… desee evocarla o reciba la encomienda de hablar acerca del asunto.
Ahí están la historia y el presente, de par en par. El problema no es hallar uno, diez, medio centenar de nombres… es cuáles decantar, entre tantos, desde que la africana Carlota se viró contra la brutalidad colonial en Triunvirato, Matanzas; hasta las proezas de Omara Durand, asombrando al Olimpo con toda la visión que en las pupilas no le dio la vida, concentrada en sus piernas, sobre pistas del mundo entero.
Prefiero, pues, que no me den ese oral o escrito encargo, porque… ¿a quién excluyo del recuento o del recuerdo? ¿Acaso a Mariana Grajales arengando hasta a sus hijos más pequeños a empinarse para que hoy tuviésemos lo que tal vez ellos, en aquel momento no?
Tampoco a Bernarda Toro (ventrículo derecho del machete empuñado por Máximo Gómez), sobreponiéndose al desgarrador sufrimiento por la muerte de cinco hijos, como consecuencia directa o indirecta de la guerra; o a Brígida Zaldívar, viendo depauperarse y perecer a dos de sus pequeños niños, en medio de un infernal encierro, en su propio hogar, porque ella se negaba a pedirle a su esposo, el Mayor General Vicente García, que depusiera armas.
Y así… Loló de la Torriente (abogada, escritora, maestra, pero sobre todo luchadora), Lidia Doce y Clodomira Acosta (torturadas salvajemente y lanzadas al mar entre sacos con piedras, sin lograr que traicionaran), y Celia, Vilma, Haydee, Melba, Teté Puebla y las Marianas, Marta Rojas: embajadora de la verdad, lo mismo en el juicio del Moncada que en la selva vietnamita.
Imposible un 8 de marzo sin pensar en la tierna madre de los hermanos Saíz, en el estoicismo aún vivo en Eunomia Peña (mamá de Ramón López, asesinado por marines en la Frontera, y paradigma de la juventud allí), o en la grandeza sin límite de Alicia Alonso, de Ana Fidelia, en la cubanía de la escultora Rita Longa, y en lo que nos dejó Sara González (o quedó pendiente) al apagarse sus cuerdas.
Un día así es minutero marcando el paso de las tuneras Petra Almaguer y Caridad Borges: Heroínas del Trabajo de la República de Cuba a filo de machete, en pleno cañaveral, como también Juana María Blanco, haciéndole parir maravillas a la campiña espirituana.
Y digo más: allá quien deje fuera –yo me niego– la heroicidad, minuto a minuto, de miles y miles de mujeres anónimas, contra adversidades y escaseces, tal vez sin precedente en todos los sentidos, bajo techo, a cielo abierto, pecho adentro…, pero sin arrodillarse ni renunciar a esa sonrisa capaz de enternecer al mundo… y moverlo.
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