miércoles, 24 abril 2024

Ricardito, piloto y único hijo

Ricardo Jorge Ríos Pérez es el motivo de un pequeño mueble-museo que creó su madre en la sala de su casa.

La edición de Bohemia del 15 de diciembre de 1989 dedicó gran parte de sus páginas a la Operación Tributo. En una, a modo de tabla, se puede leer la relación de los caídos durante el cumplimiento de misiones militares y civiles: un total de 2 289 personas. De ellas, 2 016 cayeron en Angola. Seguidamente, organizados por orden alfabético, sus nombres y apellidos. En la página 43, el de Ricardo Jorge Ríos Pérez.

Ricardito, como casi todos le decían, o Ricky, como lo bautizó su padrastro, tenía 25 años cuando murió, era piloto de aviación e hijo único.

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Cuando el 27 de abril de 1988 el avión AN-26 fue derribado por accidente, mientras sobrevolaba el poblado de Tchamutete, iban a bordo 26 cubanos. Se trataba de una misión de transporte de personal y Ricardo era quien piloteaba el avión.

El joven estaba acostumbrado a volar diariamente 18 horas sobre las provincias de Lubango, Matala hasta Punta Gorda, que está en el Congo, al norte de Angola. Recorría casi todo el país llevando mercancías y personal de un lado al otro.

“Te estoy escribiendo desde Lubango, llegamos ayer y hoy por la tarde volvemos a Luanda”, le dice a Nora Pérez Expósito, su madre, en la última carta que le mandara seis días antes de morir. “Esta ciudad se encuentra a 200 km de Matala (…) Ahí te mando un recorte del periódico Verde Olivo que se edita aquí en Angola para nosotros, a ver si conoces a uno que aparece ahí en la foto” (era él: no tan alto, de mirada seria y bigote negro y espeso).

La noticia de su muerte llegó hasta la puerta de su casa ubicada en Ana Pegudo, 193, Santa Clara. Su madre no pudo y no quiso entender que había perdido a Ricardito, su único hijo. Era terriblemente triste.

Su niño, que recibió una educación humilde, plena de sencillez y humanismo, que fue un pionero ejemplar, ganador de la distinción “Estrella de grado” durante sus estudios primarios. El Ricardito que era entusiasta, que gustaba del judo, del karate, de la pesca submarina… Que a la vez que sentía vocación por las artes plásticas, también soñaba con andar por los cielos pilotando un avión.

Y lo logró. Llegó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias en 1981 y ya en el mes de febrero viajó a la URSS para estudiar aviación. Por un año estuvo preparándose en Leningrado. Su amigo, Vladimir Ángel de la Teja Malagrida le testimonió en una ocasión a su madre: “Ricardo aprobó los exámenes para estudiar para piloto en la URSS, recuerdo que estaba muy contento el día que le llegó la noticia de la aprobación (…) Ya no era el muchacho tímido y callado que yo había conocido en 1976, ahora era muy entusiasta, jovial, haciendo planes para el futuro y muy alegre, lo que sí nunca cambió fue su lealtad con sus amigos”.

El 8 de julio de 1982 le dice a su eterna confidente, su madre: “… no he pensado en rajarme, tengo que terminar mi carrera exitosamente. El 28 de agosto debo salir a otra ciudad…”. Vinieron después cuatro años en Kirovogrado, Ucrania, una graduación de Piloto Ingeniero con el grado de Primer Teniente y el amor de Natasha Borisnova, una enfermera ucraniana que regresó a Cuba junto con él en 1986.

Conocí a Ricardo en Leningrado, él dormía en el cuarto con Palacios, también de Santa Clara y Raúl, de Cabaiguán. Su carácter era bastante introvertido pero muy noble, se relacionaba con todos y le gustaba hacer bromas, aunque no era muy carismático. En Kirovogrado no estuvo más unido al grupo porque desde primer año se enamoró de Natasha, la que sería su esposa y vivía en casa de ella (…) Recuerdo que el 2 de febrero de 1985 se hizo el simulacro de su boda con Natasha. “Simulacro” porque se hizo la fiesta, pero los estudiantes cubanos no se podían casar oficialmente hasta el último año”, rememora el Mayor Isidro García López-Trijo, quien diera estas declaraciones en mayo del 2008.

En noviembre de 1986, ya en Cuba y graduado de piloto, a Ricardo lo ubicaron en la unidad militar 3688 de Playa Baracoa, La Habana. Un mes antes, en otra correspondencia fechada el 4 de octubre de 1986 le comenta a Nora, su madre, que estaba bien y que había hecho el examen de vuelo y obtenido 5 puntos, solo faltaban cuatro exámenes más… “también quería decirte que ya al fin, después de viejo, me eligieron militante de la Juventud (…) llegamos a Cuba el día 6 de noviembre en el vuelo SU-333 a eso de las seis de la tarde…”

Las tropas de la DAAFAR, fundadas el 17 de abril de 1961, a raíz de los combates de Playa Girón, asumieron importantes misiones, una de ellas fue la epopeya de Angola. Ricardo fue uno de los pilotos designados como internacionalistas. Partió el 9 de febrero de 1988. “Esta es mi primera carta desde Angola (…) salimos a las 10 y 10 de la mañana y llegamos aquí a las 12 y 15 de la noche (…) estamos en una unidad de tránsito hasta que nos ubiquen”.

Víctor Manuel González Hernández era vecino de Ricardo y también cumplió misión en Angola como cooperante de Cuba técnica. “Durante todo el tiempo que estuvo allí era raro el fin de semana que no pasábamos juntos, siempre traía algo para compartir con los demás y nunca faltaba su buen carácter y su respetuosidad (…) Siempre venía con Tapia, su compañero, y ambos se cambiaban de ropa, es decir, se vestían de civil, para irnos a recorrer la ciudad, visitar algunos mercados, bañarnos en la playa. Así pasamos varios fines de semana (…) Al despedirnos me dijo: -Víctor, el próximo domingo no me esperes, mañana voy a volar hacia el sur para llevar mercancías y pienso pasar algunos días por allá trabajando”.

La semana próxima, el viernes alrededor de las 2 de la tarde, Víctor escuchó el comentario de que habían tumbado un avión cubano. “Al cabo de dos horas recibo una llamada telefónica de su compañero Tapia quien, llorando sin poder hablar, me dice que han tumbado a Ricardo y que se disponía a salir para el sur para reconocer los cadáveres”. Víctor estuvo en el entierro y observó cómo se rindieron todos los honores que merecían los caídos y cómo se les dio sepultura. “Después de eso siempre visitaba su tumba, la cual limpiaba con mucho dolor al recordar su rostro aun de niño y pensando que a tan temprana edad ya era un mártir”.

Poco más de tres meses estuvo Ricardito en tierras africanas. En enero de ese mismo año su amigo Vladimir, tras conocer que saldría muy pronto en misión de servicios para Angola, le preguntó: – ¿Si me entero que has caído quieres que haga algo en especial? –Sí, te sientas en esta misma mesa y te tomas otra botella de ron.

El 7 de diciembre de 1989, muy cerca de su casa, en el Instituto de Cultura Física Manuel Fajardo, se recibieron las urnas de los caídos, a través de la llamada Operación Tributo. Ahí estuvo Nora, por ahí pasaron sus familiares, los vecinos, los amigos de Ricardito, la ciudad de Santa Clara…

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Conocí a Nora Pérez Expósito por el año 2016. Tenía entonces 77 años, una mente lúcida y una vista milagrosa que prescindía de espejuelos. Era una antigua educadora y alfabetizadora, graduada de Dibujo y Pintura por la Escuela de Bellas Artes de Santa Clara y profesora del Instituto Superior Pedagógico “Félix Varela”.

Por razones que solo el amor y el dolor conocen, Nora tras saber la triste noticia del accidente aéreo de su hijo, comenzó a buscar, reunir y organizar, los más diversos objetos y documentos que pertenecieron a Ricardito. Así, en poco tiempo, en una habitación de su casa se alzaba un multimueble con numerosos recuerdos de él. Al centro, dos fotos grandes de su rostro, y a su alrededor, objetos ordenados según su etapa de vida.

Así se veía el espacio que Nora había dedicado a su hijo. Hoy día no se conserva así. Foto: Verde Gil.
Así se veía el espacio que Nora había dedicado a su hijo. Hoy día no se conserva así. Foto: Verde Gil.

Los muñequitos de cuna, los primeros zapatos que usó al comenzar a caminar, dos jarritos metálicos, una corbatica negra, son de los objetos que daban vida a esa habitación. Sus diplomas de graduaciones, los dibujos de barcos y aviones en los reversos de las libretas escolares, los álbumes de fotos de su infancia, así como de su estancia en la URSS y en Angola, también estaban.

“Con especial cuidado conservo su libro de vuelo que contiene anotaciones de su actuación como piloto. Aparecen las fechas de ingresos a los cursos militares en que participó, destacándose la Escuela Civil de Kirovogrado, que le dio el entrenamiento necesario para poder pilotear el AN-26”, escribió Nora en un documento de su autoría, titulado Mi hijo Ricardo: joven internacionalista caído en Angola.

Nora leyendo el libro de vuelo de su hijo, objeto que era especialmente importante para ella. Foto: Verde Gil.
Nora leyendo el libro de vuelo de su hijo, objeto que era especialmente importante para ella. Foto: Verde Gil.

Mira, esta es una de las cosas que mayor valor tienen, es una piedra de Tchamutete, el lugar donde cayó. Este es su uniforme militar de gala, sus guantes de pilotear. Y estas de aquí la Medalla por la Victoria Cuba-RPA y la de Combatiente Internacionalista Primer Grado, me mostró en aquella ocasión.

“Estos recuerdos son para mí algo muy entrañable, es como si tuviera vivo al hijo querido, al buen estudiante, al revolucionario ejemplar, al internacionalista fiel que fue Ricardito”.

Despojados de su funcionalidad, para convertirse en objetos museables, se hayan el radio que le regaló su papá cuando cumplió dos añitos, algunos instrumentos que utilizó al practicar pesca submarina, sus libros de la adolescencia: Colmillo Blanco y El rojo y el negro

Esta fue la manera que encontró Nora Pérez Expósito para palear el duro golpe que significa perder a tu único hijo. Este fue su proyecto de vida, sin grandes ambiciones, pero sin dejar de atenderlo ni un solo día. Abrió las puertas de su casa a los niños de la escuela primaria más cercana, a los combatientes de la zona, a los vecinos, a los interesados en su historia. Y se sintió más feliz por haber hallado la forma de honrar y recordar a quien no solo era su hijo, sino también un mártir de este país.

i Nora Perez Exposito verde gil
“Algo quedó fijo en mis recuerdos de aquel día en que recibimos la noticia de su caída, unos ojos azules que miraban profundamente y, a lo lejos, casi sin pestañear, eran los ojos de esta madre que ha llorado a todos los hijos caídos por la Patria, como al suyo mismo”, recuerda Luisa Morffi, amiga de la familia. Fotomontaje: Verde Gil.

Hace años me dijo que le preocupaba el estado de conservación de su pequeño museo, porque la madera no tenía la misma calidad de antaño y los comejenes amenazaban con acabar con más. Hoy, a menos de un mes de su fallecimiento, yo también estoy preocupada… Leo la edición de la revista Bohemia del 15 de diciembre de 1989 y ahí está el nombre de Ricardo Jorge Ríos Pérez, marcado con una cruz hecha con esmalte de uñas y solo me alivia saber que, tres décadas después, por siempre estarán juntos madre e hijo.


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7 comentarios

  1. Gracias por el texto. Merecido homenaje a uno de los tantos cubanos caídos en el cumplimiento del deber, pero también a la familia que quedó con el vacío de la ausencia de un hijo muerto en plena juventud. Me toca de cerca el tema. Ojalá cale en otros y no sea en vano el esfuerzo de tantos que amaron el proyecto social cubano.

    1. Conmovedora historia, triste por todos los cubanos caidos en misiones, pagina de nuestra historia lamentablemente olvidada por muchos, estaba yo en el sur de Angola cuando ocurrio tan doloroso suceso, desgraciadamente apenas se divulga sobre esa epopeya a no ser en fechas muy significativas, lastima de eso, realmente a veces nos sentimos hasta desilucionados por tanto olvido y falta de atencion. Gran sacrificio de combatientes y familiares. Gloria eterna a todos. Ojala alguien resposable pueda salvar esa parte de la historia de Ricardo que su mamá guardo con tanto amor.

    2. Hola! Ya yo me acerqué al museo provincial Abel Santamaría y tengo pendiente hablar con el director. Quiero hacer todo lo posible para que sus pertenencias sean llevadas a este lugar.

    3. El mejor modo de corresponder a tanta entrega es precisamente perpetuar su memoria en las salas de nuestro Museo Provincial. La epopeya de Angola es de las grandes hazañas de nuestra historia y no podemos olvidarla.

  2. Merecido homenaje para Nora; la maestra, la federada, la buena amiga… la excelente madre que lo dio todo por Cuba y por su pueblo…
    Nora y Ricardito estarán por siempre en el corazón de sus vecinos del Reparto Capiro.

  3. Los vecinos del Reparto Capiro y en particular los que éramos sus amigos, agradecemos este homenaje, merecidísismo homenaje, a Nora y a Ricardito.