Alejandra, la guerrera
El 19 de abril del 2023 Alejandra llegó al mundo y su pequeño corazón quiso detenerse prácticamente desde el mismo momento en que ella abrió los ojos. Después de un embarazo sin grandes complicaciones y un parto normal, la vida de Yanely y Alejandro cambiaría para siempre: la niña presentaba múltiples complicaciones cardiovasculares y los pronósticos no podían ser peores.
Comenzó así una carrera contrarreloj por algo tan preciado y a la vez tan efímero, que puede escaparse en apenas un latido: la vida. En una batalla durísima donde la ciencia y la fe puede decirse que han obrado milagros, una familia e incluso, todo un barrio de Santa Clara, han vivido cada parte del proceso, desde las lágrimas que implican jugarse el “todo por el todo” en un salón de operaciones, hasta la risa de celebrar un primer cumpleaños.
Desde ese momento, Alejandra se convirtió, para la Doctora Lisset Ley y todo su equipo multidisciplinario de la consulta de Cardiología Infantil de Villa Clara, en “la niña de la Cimitarra”, un muy raro padecimiento cardiovascular congénito que implica una asociación de anomalías cardiopulmonares (interconexiones incorrectas entre el corazón y los pulmones).
Pero a la maldita Cimitarra se sumaban otras complicaciones que, lejos de facilitar el proceso agravaban el camino: una coartación de la Aorta (obstrucción de la vena principal del cuerpo), una Persistencia del Conducto Arterioso y una deficiente Comunicación Interauricular; las dos primeras con peligro inminente para su vida, pues dificultan la respiración y provocan un retraso en el desarrollo y el crecimiento, consecuencia de una inadecuada asimilación de los nutrientes de los alimentos.
Entonces, los viajes al hospital William Soler de la capital, principal institución de Cardiología pediátrica del país, se hicieron constantes, y cada consulta era el presagio de que solo las manos milagrosas de un médico cubano podrían traer un resultado positivo, a una intervención quirúrgica nunca antes realizada en Cuba a un bebé de menos de un año.
Allá, a 300 km de casa, Alejandra, mamá Yanely, la abuela Carmen y tantos otros, se adaptaron a “vivir” el ajetreo del hospital como algo casi normal, donde enfermeras, especialistas y trabajadores del centro también se convirtieron en familia.
Acá, en casa, el abuelo Félix y la tía Susel cambiaron su rutina, y sus días veían los primeros rayos del sol a los pies de la Virgen de la Caridad del Cobre en la Ermita donde los santaclareños le oramos desde el corazón.
Quizás Cachita puso su mano en esas que, cubiertas de guantes y guiadas por el pitido de las lumínicas pantallas de un quirófano lograron el milagro. Tal vez fue tanto el estudio de quienes pasaron noches de insomnio documentándose sobre casos similares en el mundo, que era imposible un fallo, era casi un sacrilegio el error.
Lo cierto es que muchos preferimos pensar que, entre cielo y tierra, no hubo imposibles ese día.
Y como en la medicina, según palabras de avezados galenos, 2+2 no siempre son 4, el pasado abril no se hicieron esperar las fotos del añito, el kake con los amigos, la música, los regalos y el acompañamiento también desde la distancia de quienes, no por lejos, han dejado de estar.
A sus 15 meses Alejandra ya exhibe con orgullo sus primeros dientes, devora gustosa sus galletas favoritas, grita a todo pulmón de un edificio a otro, reclama con firmeza los paseos de la tarde en su coche y, sobre todo, ríe feliz.
Seguramente dentro de unos años pregunte el porqué de la cicatriz que llevará siempre en el costado de su pecho; entonces le tocará a mamá explicarle cómo un día ella fue un verdadero milagro, que movió montañas entre La Habana y Santa Clara, que unió a desconocidos de batas blancas, aquí y allá, que se convirtieron en familia, que en medio del dolor y la incertidumbre nació una única certeza: ella es simplemente el fruto de la ciencia y la fe.
Deja una respuesta