Antes y ahora
Al comenzar esta historia de coronavirus, pensé en el brote de ébola de hace algunos años y no me preocupé más que la inquietud solidaria por aquellos que estaban enfermos al otro lado del mundo, pero de pronto, la realidad traspasó fronteras y llegó a la isla que habito.
Cuando las personas comenzaron a usar mascarillas, guantes, los creí exagerados y me dije que cuando llegara el día en que una tela se interpusiera entre mis labios y el aire, iba a llorar, y no lloré; despacio fui preparando mis nasobucos y los de mi familia, fui adaptándome y adaptando a los demás, ahora, aun cuando no lo llevo, tengo la sensación de algo que me oprime la nariz y el corazón.
Me prometí que iba a desinfectar mi cuerpo cada día, pero que mi hijo no iba a carecer de besos, ahora los besos vuelan de un lado a otro y apenas trato de acariciar su pelo, siempre después de esterilizar mi cuerpo y mi alma.
Dije que nada ni nadie me impediría trabajar, critiqué a los flojos, a los que tenían miedo de cumplir con su deber social y moral, quise conocer a los médicos, al pueblo que se preparaba, criticar lo mal planificado, dar buenas noticias y las malas, que también tocan…pero la realidad siempre te supera y veces el deber no es el que crees, sino el que se necesita y los escenarios de lucha cambian, y en las redes también hay mucha gente que quiere una respuesta, y hay que escribir y publicar, y hay compartir esperanza, y hay que aplaudir a las nueve de la noche, porque la vida te cambia y cambias, porque a algunos nos toca, ahora, estar bien.
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