jueves, 28 marzo 2024

Centenario de un gran poeta: Eliseo Diego

El 2 de julio de 1920 fue un gran día para Cuba: nació uno de los mayores poetas de su historia. Eliseo Diego iba a tener una infancia tranquila en su natal La Habana, y crecería hasta convertirse en lo que es, una firma capital de las letras cubanas, de las latinoamericanas y de la lengua española.

El 2 de julio de 1920 fue un gran día para Cuba: nació uno de los mayores poetas de su historia. Eliseo Diego iba a tener una infancia tranquila en su natal La Habana, y crecería hasta convertirse en lo que es, una firma capital de las letras cubanas, de las latinoamericanas y de la lengua española.

Comenzó por la narrativa con En las oscuras manos del olvido (1942), ya integrado al famoso grupo de la revista Orígenes, capitaneado por su figura descollante, José Lezama Lima, quien saludó ese libro por la prosa prístina, ordenada y de real belleza, propia de quien, solo unos años después, ofrecería en plena juventud biológica una obra esencial de la poesía cubana: En la Calzada de Jesús del Monte (1949), que sigue ofreciendo disfrute y enseñanzas. Da gusto comenzar silabeando el primer verso: En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte. Pareciera que se nos va a introducir en un cuento de hadas, para proseguir: donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo / cansa mi principal costumbre de recordar un nombre… Este libro se convirtió en legendario. Una de las calles de La Habana, hoy llamada 10 de Octubre, alcanzó el privilegio de una oda, de un himno a su populosa existencia.

Eliseo nunca dejó de escribir una excelente prosa, llena de sorpresas de la pincelada exacta, como su propia poesía. Divertimentos (1946) fue su segundo libro de relatos, y también lo fueron Versiones (prosa poética) (1970) y Noticias de la Quimera (1975), para volver a seducirnos con su gracia expresiva. Pero la poesía es el coto suyo de mayor realeza, de resonancias singulares. Poeta del detalle, su labor resulta un nombrar las cosas desde sus intimidades, con puntilloso deseo de que las cosas mismas vivan en los versos. Eliseo Diego es el mayor poeta minimalista de Cuba, capaz de detenerse en lo mínimo para ver en ello la inmensidad del universo.

La secuencia de sus poemarios muestra una poética implícita que tiene en cuenta la levedad, la vida y la muerte, el paisaje urbano, el sentido profundo del ser cubano, la patria, el amor, la familia y la fe. Son ellos: Por los extraños pueblos (1958), El oscuro esplendor (1966), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1967), Los días de tu vida (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), Cuatro de Oros (1990). Todos los publicó en vida, junto a su volumen de ensayos Libro de quizás y de quién sabe (1989). Tras su deceso en 1994, y bajo el amoroso cuidado de su hija Josefina de Diego, aparecieron, entre otras obras: En otro reino frágil (1999), Aquí he vivido (2000) y Poemas al margen (2000).

Cuatro de oros pareciera jugar con las cartas de la baraja o evocar a la esposa y los tres hijos: así es la poesía de Eliseo, sutil, con dobles lecturas dadas por sus sugerencias, sus juegos de imágenes. Nunca se torna inaccesible, y, como muchas veces él se refirió a las reminiscencias de la infancia, no es raro que publicase su Soñar despierto (1988), ilustrado por su hijo Rapi Diego, donde nos recuerda, entre otros poemas para los niños, la experiencia juguetona de los años felices: Tú solo y el viento de raros silbidos / así son los juegos de los escondidos. Eliseo supo mostrarnos el valor trascendente de lo que parece efímero y de la necesidad humana de la poesía.

Como poeta del centro de la revista Orígenes, compartió con sus coetáneos origenistas muchos puntos de aprehensión poética, como la mirada al campo desde la historia y desde la ciudad, la fijeza de los parques y pequeños pueblos, la idea sobre una tradición cubana que parte de las costumbres del hogar, de las comidas, de los diálogos en familia, del susurro filial, del aposento. Es una intimidad que sale de su escenario doméstico para definir la vida de una comunidad mediante lo que llamamos «lo cubano». Allí está la cercanía al maestro José Lezama Lima, no por el barroquismo sumo de su lenguaje, sino por su esencia captadora de lo peculiar de ser cubano, o la visión pueblerina de Fina García Marruz, o de los parques de Cleva Solís. Allí la aprehensión sutil de un Cintio Vitier y el abanico culto de un Gastón Baquero, pero también el esplendor de la naturaleza insular, tan llena en la obra de Samuel Feijóo.

Eliseo Diego no es (vivo está en su obra) un poeta en soledad. Participa de un conjunto, incluso generacional, que observa la realidad objetiva y de ella extrajo, subjetividad mediante, lo prístino poético, lo delicado y a la vez resistente: la resistencia al tiempo, ese que en su poema Testamento nos dejó como herencia: «Les dejo / el tiempo, todo el tiempo». Si recomendase al lector una breve selección de sus poemas, entre ellos estarían: El primer discurso, Voy a nombrar las cosas, Lamentaciones, En el pueblo perdido, Con un gesto, Entre las aguas, La noche, Oro, Oda a la joven luz, Cristóbal Colón inventa el Nuevo Mundo, Pequeña historia de Cuba, en un manojo de entre la mejor poesía cubana de todos los tiempos.

Eliseo Diego fue un gran conocedor de la obra literaria de lengua inglesa, desde la cual tradujo varios textos, sobre todo poesía, pero también estuvo atento a la literatura para la infancia. Tras el triunfo de la Revolución, se desempeñó de manera continuada en diversas labores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la que fue uno de los fundadores. Recibió en 1986 el Premio Nacional de Literatura y en 1993 el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Alcanzó otros muchos galardones y llegó a publicar sus Prosas escogidas en 1983.

El gran poeta llega ahora a su centenario. Honra de Cuba, el hecho no puede pasar sin la necesaria reverencia a quien nos ofrece el honor de la calidad de su obra, la de aquel que con su mirada aguda nos dijo: La Luz / en mi país resiste a la memoria / como el oro al sudor de la codicia, / perdura entre sí misma, nos ignora / desde su ajenos ser, su transparencia.


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