martes, 26 marzo 2024

Casa de las Américas se suma a las expresiones de reivindicación martiana

El Premio Casa de las Américas, convocado incluso en las condiciones de una Cuba bloqueada por el imperio sigue siendo un referente indiscutible, una apuesta por la cultura más auténtica, que siempre será revolucionaria, y por ello también rinde homenaje al Apóstol. Quiero reiterar la bienvenida a los miembros del Jurado que vinieron desde distintos países de la región. Les agradecemos muy especialmente que…
Foto: Internet.
Foto: Internet.

El Premio Casa de las Américas, convocado incluso en las condiciones de una Cuba bloqueada por el imperio sigue siendo un referente indiscutible, una apuesta por la cultura más auténtica, que siempre será revolucionaria, y por ello también rinde homenaje al Apóstol.

Quiero reiterar la bienvenida a los miembros del Jurado que vinieron desde distintos países de la región. Les agradecemos muy especialmente que hayan aceptado la invitación de la Casa de las Américas en tiempos tan turbulentos y que nos hayan traído su apoyo y solidaridad. Reciban también nuestro abrazo y gratitud los jurados cubanos, todos ellos parte de la familia de la Casa.

Este concurso se fundó en 1960, unos meses después del nacimiento de la institución. Cuando uno revisa el libro que prepararon Jorge Fornet e Inés Casañas (Premio Casa de las Américas. Memoria. 1960-1999), con la relación completa en ese período de premiados y jurados, comprende enseguida que la historia del Premio “es también la historia de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las últimas cuatro décadas”. Muchas figuras centrales de nuestras letras participaron como jurados del concurso, Nicolás Guillén, Asturias, Carpentier, Cortázar, Arreola, Lezama y un largo etcétera de nombres ineludibles.  

El Premio sirvió al propio tiempo, como se dice en el libro, para “estimular el esfuerzo de los nuevos escritores”. “De hecho, autores como Soler Puig, Roque Dalton, Ricardo Piglia, Bryce Echenique, Skármeta y Eduardo Galeano daban sus primeros pasos en la literatura cuando fueron galardonados y publicados por la Casa”.   

Organizar anualmente el Premio, lograr divulgarlo y que llegaran a tiempo a Cuba los manuscritos y los miembros del Jurado, publicar luego los libros premiados y distribuirlos internacionalmente, no eran tareas fáciles para una pequeña Isla bloqueada y hostigada desde muy temprano por los EEUU; una Isla satanizada, además, con la cual todos los países de América Latina rompieron relaciones diplomáticas (con excepción de México); una Isla rodeada de agua, de amenazas y calumnias.  

Quisiera compartir aquí los testimonios de dos escritores latinoamericanos muy cercanos a nosotros, muy nuestros, que aparecen en el libro de Jorge e Inés.  

Dijo Julio Cortázar:

“La Casa empezó cuando todo era abrumadoramente precario y difícil (…). El Premio representaba entonces algo así como un desafío inesperado, (…) no solamente era difícil participar en él como candidato o como jurado, sino que todo el (…) proceso resultaba aún más difícil; la composición e impresión de los libros (…), el papel, las tintas y las máquinas casi siempre ausentes o deficientes, y la distribución al exterior que en muchos casos tenía más de ideal que de realización práctica.”

Y a su vez Mario Benedetti, cuyo centenario recordaremos en los próximos días, durante la Feria del Libro, nos dejó un testimonio muy revelador de la tenacidad de esta Casa, que fue, sin ninguna duda, su Casa, durante muchos y muy fecundos años:

“La Casa (…) hizo tremendos y exitosos esfuerzos por vencer el bloqueo cultural y siguió trayendo a latinoamericanos (…), aunque para ello tuviera que traerlos a través de complicadísimos itinerarios que pasaban por Checoslovaquia, Irlanda y Canadá. (…) La primera vez que vine a Cuba, en enero de 1966, (…) tuve que volar nada menos que cincuenta horas, (…) e incluso quedar anclado durante 18 días en Praga porque los viejos y beneméritos aviones Britannia (los únicos que entonces tenía Cuba) (…) era imprescindible que fueran urgentemente atendidos por los geriatras de la aeronáutica. Pero estoy seguro de que la Casa nos hubiera traído en avionetas, o en barcos de vela, o en lanchas con motor fuera de borda, con tal de que el Premio siguiera derrotando el bloqueo.”

Este Premio Casa 2020 hubo que hacerlo en condiciones de extrema tensión por la política de la administración Trump, que ha reforzado ese bloqueo y su agresividad hasta límites inconcebibles, realmente inéditos. Estuvimos hasta evaluando si podríamos finalmente trasladar a los Jurados hasta Cienfuegos o si nos movíamos hacia algún otro lugar más cercano. Por supuesto, contamos con todo el apoyo del Ministerio de Cultura, del Ministerio de Turismo, de las autoridades de Cienfuegos, y pudimos mantener el programa como se había concebido.

Lo que nunca estuvo en duda, puedo asegurárselo, es que íbamos a llevar adelante el Premio y que iba ser una nueva victoria de la cultura cubana y de la cultura latinoamericana y caribeña.

Ahora quisiera hablar de alguien que nos falta en este acto: Roberto Fernández Retamar, director de la revista Casa desde 1965 y presidente de esta institución durante más de treinta años. Es una ausencia dolorosa, una herida muy difícil de curar (incurable seguramente). Su liderazgo, la hondura de sus reflexiones y de su poesía, llenaron los espacios de la Casa, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la Universidad de la Habana, del Centro de Estudios Martianos y de toda nuestra cultura y dejaron una huella irrepetible. Nos legó una obra mayor, trascendente, que ha nutrido de modo decisivo el pensamiento de la descolonización a escala universal.   

Nadie como Roberto supo desmontar de manera tan lúcida y aguda los estereotipos, las palabras y conceptos engañosos, la mirada colonizadora, eurocentrista y yanquicentrista, y el mito de la superioridad de Occidente sobre los pueblos del Oriente y del Sur.

La Casa se levanta sobre una plataforma conceptual que tiene que ver con todo ese desmontaje que hizo Roberto. Y tiene que ver obviamente con Bolívar, Martí y Fidel; con los aportes de muy numerosos creadores, de la cultura popular, del patrimonio vivo tan rico que tenemos, de toda esa impresionante acumulación multicultural (liberadora y anticolonial) del ámbito latinoamericano y caribeño.   

Martiano de los más devotos y penetrantes que hemos tenido, intérprete genial de la cosmovisión del Apóstol, de su ideario antimperialista, latinoamericanista y tercermundista, Roberto siguió la misma ruta de Fidel y de otros intelectuales nuestros: llegaron al marxismo después de haber convivido intensamente con Martí.

Roberto trabajó muy cerca de Haydée Santamaría y, por tanto, muy cerca de Fidel. Se alimentó en un diálogo incesante de sus concepciones. Entendió a fondo su modo singularísimo de razonar, de debatir, de hilvanar ideas disímiles a través de aparentes digresiones y de regresar una y otra vez al núcleo central de su pensamiento antidogmático, inagotable, enemigo de las respuestas simplistas, esquemáticas, siempre dispuesto a explorar los entresijos de la historia, a extraer de esa búsqueda lecciones sorprendentes, y a viajar al futuro para prever trampas, peligros, distorsiones e imaginar todas las soluciones posibles e incluso las imposibles.

Recuerdo que Roberto decía que Fidel era martiano sin necesidad de citar a Martí, de una manera tan natural y orgánica como quien respira. Y hoy podríamos decir que en Roberto estaban instalados orgánicamente, juntos, Martí y Fidel. Conoció además al Che, que lo impresionó como político, como fundador de la Cuba nueva, y como profundo intelectual, y escribió páginas excepcionales sobre él. Y lo leyó todo y lo debatió todo —y por eso nos ha dejado tantas pistas indispensables.  

Haydée encontró en Roberto un colaborador fraterno, leal, de enorme utilidad, en medio de las complejísimas batallas de los años 60 y 70, cuando EEUU reforzó su ofensiva en el ámbito cultural para aislar a Cuba e impedir a toda costa que se articulara un movimiento artístico e intelectual crítico, no controlado por el sistema.    

Para recordar a Haydée, en una ocasión como esta, hay que darle la palabra una vez más a Roberto:

“…la Casa tiene el sello de Haydée Santamaría. Ella marcó para siempre con su impronta de fuego la Casa. (…) Era una persona única, extraordinaria, que marcaba con su sello cuanto hacía e hizo muchas cosas. (…) Haydée (…) llevó a la Casa de las Américas no la sabiduría académica, que no tuvo ni le interesaba para nada, sino la frescura de entrar en el mundo de la cultura sin prejuicios. (…) Tenía una inteligencia deslumbrante, que era, creo yo, particularmente deslumbrante porque no se atenía a norma alguna. (…) Ella conoció horas extraordinariamente graves de nuestra América. Logró, a través de la Casa, que Cuba mantuviera relaciones culturales a menudo muy intensas, con muchos de los mejores escritores, intelectuales y artistas de América Latina.”

Una de las claves para establecer este vínculo con todo el continente tiene que ver con la convicción de que la cultura es ante todo una vía para la emancipación del ser humano. Esta es una idea básica. Se traiciona a la cultura si se le emplea como instrumento de dominación, si se le ve como algo colateral, como ornamento, como mercancía.   

Este Premio resulta ciertamente un espacio insólito en medio del clima que predomina en los circuitos hegemónicos de promoción artística y literaria, donde el mercado se ha erigido en juez supremo. La atención hoy se concentra en los productos o subproductos culturales que se venden bien con el respaldo del eficaz aparato publicitario de la industria. Como dijo amargamente hace ya varios años Dubravka Ugresic, el mercado literario ha tocado fondo; ha llegado al punto en que las memorias de Mónica Lewinsky merecen más publicidad que las obras completas de Marcel Proust.

En un contexto así, la Casa de las Américas, desde la Habana, sigue convocando tenazmente a su Premio literario, sin hacer concesiones, sin perder un ápice de su naturaleza libre y creadora, sin distanciarse ni un milímetro de aquello que lo ha caracterizado desde su fundación.

El Premio Casa ha sido anticolonial, martiano, calibánico, expresión de apego innegociable a la cultura; ajeno por esencia a las operaciones de marketing de los conglomerados editoriales en que se han convertido muchos concursos de los más publicitados. El Premio se concentra en el rigor y la calidad de las obras que concursan, en su calado, en los desafíos que se proponen, y no en el “gancho” ni en los efectos baratos ni en los potenciales éxitos de venta.

Tampoco ha sido jamás un concurso para promover literatura panfletaria. En una ocasión similar a esta, Roberto les solicitó a los jurados que recordaran una observación de Martí: “La poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana.”

Actualmente el panfleto que está de moda, en realidad, y se difunde y premia con mucho entusiasmo y mucho dinero es el panfleto de derecha. Nadie se permite llamarlo “panfletario”; pero esa es verdaderamente su función: secuestrar la subjetividad del lector en un estilo divertido y ligero y conducirlo a aceptar el sistema y adaptarse a su posición de sumiso consumidor.

La crisis cultural que vive el mundo está acompañada de una crisis moral, política, institucional, jurídica. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, dijo Marx en 1848, y luego, en 1992, Marshall Berman tituló así un libro suyo muy valioso. Hoy habría que repetir la frase, todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado. La verdad y la mentira conviven promiscuamente. Para vencer a tu enemigo, para ganar, cualquier recurso es válido. No hay límites, no hay decoro, no hay pudor.

Por otra parte, todo tiende a trivializarse y a convertirse en show, la política, la guerra misma, las amenazas del Emperador a través de Twitter. Su arrogancia y la de su corte no conocen fronteras. Los conflictos no se negocian. Terminan (o empiezan) con ataques, sanciones y más sanciones, y se quiebran una y otra vez los principios sobre los que se creó la ONU, el multilateralismo, el consenso, la igualdad de los países independientemente de su tamaño o de su fuerza militar o económica. Las normas más elementales de la convivencia internacional son ignoradas por un grotesco Emperador a quien Roberto llamó certeramente “Calígula atómico”.      

Este Premio se ha convocado en medio de circunstancias históricas muy dramáticas y convulsas en la región. Si Haydée “conoció horas extraordinariamente graves de nuestra América”, nosotros hemos estado viviendo horas similares. Presenciamos los incendios en la Amazonía, y otros incendios asociados a la ofensiva de la ultraderecha y de EEUU, a la resurrección de la Doctrina Monroe y del macartismo, a conspiraciones y trampas judiciales contra líderes progresistas, a crímenes atroces.

Hemos visto en las redes, y por Telesur, fosas comunes recién descubiertas con cientos de cadáveres; jóvenes que han perdido la vista por balines de los carabineros; niños migrantes en jaulas, separados de sus familias; manifestantes golpeados, torturados, quemados con chorros de agua mezclada con ácido, asesinados; expresiones impúdicas de asedio, persecución política y venganza. Han resurgido formas de terrorismo de estado que parecen provenir de los años de Pinochet, de Videla, del Plan Cóndor.  

El 2019 se inició en Nuestra América con un “presidente” apócrifo que se autoproclamó en Venezuela, fue reconocido apresuradamente por 50 países encabezados por EEUU, y se inauguró una escalada de todo tipo de agresiones contra el gobierno legítimo de esa nación hermana. Y el año terminó en Colombia con una cifra record de líderes sociales sacrificados y en Chile con los carabineros arremetiendo contra miles de manifestantes que se habían reunido en la Plaza de la Dignidad en espera del año nuevo mientras rendían homenaje a las víctimas de la represión.  

No por azar en el 2019 se multiplicaron en EEUU los delitos y los grupos de odio. Fue un año pródigo en tiroteos masivos. El 3 de agosto un joven supremacista blanco asesinó en El Paso, Texas, a 22 personas e hirió a otras 24. Había ido allí con un fusil y muchas municiones “a matar mexicanos”, según declaró. Los analistas más serios concuerdan en que el crecimiento vertiginoso de estos fenómenos se inició a partir de la campaña electoral del 2016 de Trump. Su retórica antiinmigrante, agresiva y racista, ha funcionado hacia dentro del país y hacia el exterior. Sus desplantes frecuentes con relación a América Latina y el Caribe están cargados todo el tiempo de desprecio y racismo.

No debemos olvidar que los métodos de demolición cultural de los pueblos considerados inferiores para justificar las guerras de conquista fueron usados por griegos y romanos, por los rapaces caballeros de las Cruzadas, por los “descubridores” de América, por los que cazaron en África a hombres, mujeres y niños “salvajes” para esclavizarlos.

El genocidio de Hiroshima y Nagasaki fue precedido en EEUU por el internamiento de más de 120 mil inmigrantes japoneses en campos de concentración y una campaña crudamente racista. Al hacer una crónica sobre la batalla de Iwo Jima (febrero-marzo de 1945), la revista Time dijo que “el japonés medio es irracional e ignorante. Quizás sea humano, pero nada lo indica”. ¿Cuántas veces en la historia de Occidente se les ha negado la condición humana a las víctimas “inferiores” de los poderosos?

Hoy argumentos muy parecidos se repiten para legitimar la violencia del sistema contra quienes se le oponen en los medios de comunicación y en las redes sociales —empleadas cada vez más de manera fraudulenta, para manipular electores y elecciones y fomentar prejuicios y corrientes de opinión falsas.   

Hemos visto escenas en Bolivia, tras el golpe de Estado, que recuerdan los días de la Conquista, cuando se juntaron la cruz y la espada para imponer la opresión y el saqueo. Han brotado manifestaciones fundamentalistas, contra los movimientos indígenas y contra la vida y la integridad física de su gente.

El resentimiento que ha salido a flote contra símbolos y tradiciones indígenas, contra las mujeres que usan pollera, contra una bandera como la wiphala, tiene raíces muy profundas y vínculos genéticos con el fascismo. Por eso es tan significativo que la Casa haya convocado este año al Premio de Estudios sobre Culturas Originarias de América. Por eso este Programa, el dedicado a las Culturas Originarias, que coordina Jaime Gómez Triana, adquiere en el contexto actual una jerarquía mayor.

Mientras más belicosa y primitiva es la barbarie, resulta más importante mantener el rigor de las investigaciones que debe promover la Casa sobre estos procesos culturales específicos, acompañadas, obviamente, por la más amplia difusión de sus resultados. La cultura auténtica es un antídoto de eficacia incuestionable frente al neofascismo.   

Cuando hicimos la conferencia de prensa sobre el Premio, estuve comentando un texto de Roberto (“Notas sobre América”), publicado en la revista Casa. Allí habla, con la misma angustia de Eric Hobsbawm, del ascenso incontrolable de la barbarie durante todo el siglo XX y lo que va de XXI y nos convoca a no abandonar nunca, ni en las peores circunstancias, la fe en las utopías y en la esperanza.

Una barbarie, como dice Roberto, que se expresa en una capacidad destructiva abrumadora que nunca tuvo Hitler y sí tiene en cambio el Emperador de este nuevo Reich, el “Calígula atómico”. Para colmo, Trump se niega a aceptar el cambio climático y sus consecuencias ya prácticamente irreversibles para el planeta y para la especie.

En cuanto a Cuba, ya les hablé un poco al principio de la obsesión de EEUU contra nosotros. Por primera vez desde que se dictó la Ley Helms-Burton, un presidente yanqui ha firmado los capítulos que permiten presentar demandas ante tribunales estadounidenses a los supuestos dueños o a descendientes de dueños de propiedades nacionalizadas por la Revolución contra cualquier empresa o ciudadano del mundo que esté invirtiendo en una de esas propiedades. Es una aberración jurídica, extraterritorial, inadmisible. Máxime si recordamos que Cuba ofreció negociar indemnizaciones, y EEUU siempre se negó, pensando, claro, recuperarlas por la fuerza cuando llegara el momento.

Aspira a espantar a los inversionistas extranjeros. Aspira a asfixiarnos, como todas las nuevas medidas restrictivas que ha venido tomando EEUU contra Cuba, prácticamente cada semana, a los cruceros, a los vuelos, a las remesas, a los intercambios profesionales y académicos. Todo eso acompañado de un diluvio cada vez mayor y más desvergonzado de mentiras.

Con la persecución a navieras, barcos y compañías aseguradoras que debían traer a la Isla el combustible comprado, trataron a partir de abril de 2019 de estrangularnos con acciones de abierta piratería y una presión desmedida y cruel. Pero el país no se detuvo. No se detuvieron los programas básicos, vinculados a la construcción de viviendas, a la producción de alimentos, a la sustitución de importaciones, a impulsar la exportación de los rubros tradicionales y de otros nuevos. No se detuvo la batalla contra todo vestigio de burocracia, contra la insensibilidad, contra la rutina.

No se detuvo la intensa vida cultural del país. Se celebró con mucho éxito el Festival de Cine. Ahora acaba de terminar un prestigioso evento internacional de Jazz. En febrero tendremos nuestra Feria del Libro.

Como dijo el Presidente Díaz-Canel, usando una frase popular que sintetiza las situaciones peligrosas por las que hemos pasado, “Nos tiraron a matar, y estamos vivos”.

Sabemos que en este 2020 van a seguir cerrando el cerco y tirándonos a matar; pero vamos a sobrevivir. En nuestra gente hay una conciencia muy clara de que nos estamos jugando cosas medulares y demasiado trascendentes —y nadie va a venir a engañarla con espejismos.

Este mismo Premio Casa de las Américas es sin duda una victoria sobre el afán enfermizo de destruirnos. Representa otra apuesta de Cuba por la cultura, por la vida, el pensamiento, la poesía, la inteligencia, la solidaridad, ante el discurso del odio, del neofascismo, de la estupidez arrogante, de la mentira y la manipulación.

Es una victoria de Cuba a la que ustedes, los jurados, han contribuido decisivamente. Sin ustedes, sin la solidaridad y el respaldo de ustedes, este Premio hubiera fracasado.

La Casa de Haydée, Roberto, Mariano, de los fundadores, Marcia, Silvia, Chiqui, y de los que se fueron sumando sucesivamente a este equipo, Nancy, Miriam, Idelisa, Aurelio, Luisa, María Elena, Vivian, Jorge, Jaime, Yolanda, la otra Silvia, Camila y muchos más, está habituada a trabajar en medio de obstáculos y adversidades. Es un modelo sorprendente de resistencia. Hasta ciclones y marejadas la han embestido con saña, pretendiendo arrasarlo todo, la memoria conservada aquí, los libros, las cartas, las revistas, las piezas de arte. Le han hecho daño a la Casa; pero no han podido destruirla. Tenemos un admirable colectivo de trabajadores (como les decía el otro día a los periodistas) que se caracteriza por su sentido de pertenencia, por el orgullo de formar parte de esta institución, por llevar en sí una chispa vivificadora de la mística de Haydée.

A veces me parece que la Casa es como una réplica en pequeño de la Cuba que enfrenta ciclones, tornados, bloqueos y golpes bajos, y sigue empecinada en no renunciar a la utopía.     

2003 se asemeja de algún modo a 2019 y a este 2020. En marzo de aquel año, Bush anunció la invasión a Irak. En Miami, los grupos extremistas de origen cubano salieron a la calle a gritar “Irak ahora; Cuba después”. Antes, en 2002, Bush dijo que su ejército tenía que transformarse en “una fuerza militar lista para atacar inmediatamente 60 o más oscuros rincones del mundo”. “Oscuros”, dijo, y a nadie se le escapó la intención racista de la palabra.

En enero del 2003, en un evento dedicado a Martí, Fidel afirmó que “la gran batalla se librará en el campo de las ideas y no en el de las armas” y exhortó a los participantes a trabajar sin descanso por “sembrar ideas” y “sembrar conciencia”.

La Casa de las Américas se ha apropiado de aquella exhortación. Es uno de los mandatos que nos dejó a los hombres y mujeres de la cultura. Ideas, conciencia, frente a los que creen que el dinero y las bombas y la fuerza bruta lo pueden todo.

Ya voy a terminar estas palabras, que han resultado demasiado extensas; pero, antes de concluir, quiero anunciar el estreno de un audiovisual que tiene un significado muy particular para nosotros. Nació de la relación que tuvo siempre Haydée con Martí. Desde la Casa, Haydée invitó a trovadores cubanos a musicalizar sus poemas. Así se hicieron varios discos muy hermosos. Entre ellos, Versos de José Martí cantados por Sara González. Dentro de unos minutos vamos a escuchar una de las piezas de ese disco.

El audiovisual tiene un texto introductorio brevísimo que explica la intención de la Casa. Los amigos que vienen del extranjero quizás no están al tanto; pero en los primeros días de enero de 2020 circularon en las redes sociales imágenes de bustos de Martí manchados ofensivamente. Aquí en Cuba la gente ha reaccionado con mucha indignación ante la afrenta, y se han hecho muchos actos de desagravio al Apóstol y de rechazo a la infamia.

(Estos hechos, por cierto, tuvieron un antecedente en noviembre de 2019, en Santa Cruz, Bolivia, donde unos fascistas partidarios del golpe de Estado cubrieron con tinta negra un retrato en cerámica de Martí hecho por el escultor boliviano Lorgio Vaca. Otra coincidencia: hace unos pocos días profanaron la tumba del trovador chileno Víctor Jara, torturado salvajemente antes de ser asesinado por Pinochet y resucitado ahora con sus canciones en las jornadas de protesta contra Piñera. Al fascismo lo exasperan los símbolos de la emancipación, sobre todo si mantienen su presencia.)

Volviendo a Cuba y a Martí, debo terminar diciendo que la Casa de las Américas se suma a las expresiones de reivindicación martiana de nuestro pueblo con el audiovisual que vamos a ver y a escuchar ahora.

Muchas gracias./Abel Prieto.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *